Carta abierta a João Félix

No recuerdo la primera vez que fui al Vicente Calderón, pero sí recuerdo perfectamente la primera vez que fui consciente de ello. El estadio parecía absolutamente colosal, el ambiente eufórico y las camisetas rojiblancas invadían la grada en una maravillosa tardenoche de septiembre. Qué de camisetas rojiblancas, qué barbaridad, qué noche, qué goleada. Cinco, ni más ni menos, le cayeron a un Valladolid que aún se plantea cómo parar a aquel pequeño futbolista que acababa de llegar para dejar a todo el estadio con la boca abierta.

Juninho Paulista se llamaba la criatura. Era la segunda jornada de liga, y su primer partido a orillas del Manzanares, e inmediatamente supo lo que era sentir el calor de una grada enardecida, que solo te lo pide todo cuando aún te queda algo, que canta tu nombre no solo cuando te lo mereces, también cuando lo necesitas. Una afición que te aplaude, que te admira, que te disfruta y que, a la hora de exigir, cuestión de prioridades, lo hace exigiendo honor más que acierto.

Me da rabia, mucha rabia, que tú, que viniste como proyecto de superestrella mundial, no puedas disfrutar de un Metropolitano repleto, de sentir cómo retumban los cimientos de Madrid cuando el Frente canta y todo el estadio acompaña, de los recibimientos al autobús del equipo a su entrada al campo… En definitiva, me da mucha rabia que no puedas sentir el calor de una afición que ya te habría hecho sentir como uno más de una enorme familia.

Porque eso es lo que es el Atleti, una familia, una familia de familias, de miles de familias. Familias que disfrutaron durante décadas del parquecito de Pirámides, de las mareas en Paseo de los Melancólicos Manzanares cuánto te quiero, de los bocatas del Bar Pirámides, de los bengaleos en el callejón del Duratón, de quedar a comer en partidos de nueve de la noche, de beber como si el objetivo fuese entrar a una discoteca, o quizás todo lo contrario. Familias que han mantenido religiosamente su tradición de verse cada unos cuantos días en los aledaños del estadio del equipo que hoy tú defiendes, familias que giran en torno a una pasión desmedida y, además, a vuestro fútbol.

Todos tenemos nuestra familia en esto del Atleti. Yo personalmente, como todo el mundo piensa de la suya, siento que la mía es la mejor. Porque me siento la envidia de todo el Planeta Tierra cuando llego al parking del Metropolitano con mis Javis y abrimos un maletero lleno de neveras con cerveza bien fría, porque no puedo sentirme más afortunado de, mientras se va acercando la hora del partido, ver llegar a Pepelu, a Pilar, a Lola, a Boyo, a Lobo, a Truge, a los gemelos, a Oisin y Sean… a Guille el cántabro, que viene desde Cantabria a ver al Atleti, a Guille el canadiense, que lleva cuatro años en Canadá y no ha dejado de pagar el abono, a mi tío Dani y mi primito Lucas, que se pasan a saludar siempre que pueden…

João, algunos de mis mayores momentos de felicidad a lo largo de mi vida pueden ubicarse en los alrededores del Vicente Calderón o del Metropolitano, mis momentos de mayor paz, mis minivacaciones en mitad de una dura semana de trabajo… incluso el primer beso que me di con la mujer más importante de mi vida fue después de haber disfrutado de un día de previa, familia y Atleti en el Vicente Calderón. Qué besazo, por cierto, pero bueno, eso es otro tema.

El Atleti es tantas cosas que a día de hoy no puedes sentir que no puedo evitar temer que puedas no llegar a comprender la magnitud del lugar que ocupas. Sin las miles de familias que hace tan solo un año abarrotaban el estadio es muy difícil que entiendas lo que podría ser una carrera entera de la mano de todas ellas, sin su aliento cuando te flaqueen las fuerzas en momentos difíciles, sin su perdón cuando inevitablemente te toque errar, sin sus aplausos ante ese sprint tras perder el balón, sin sus setenta mil gargantas entregadas a corear tu nombre cuando te diviertes con el balón pegadito al pie, como a ti te gusta, como a nosotros nos gusta.

Que muchos sentimos que este es tu sitio pero muchos tememos que no llegues a entenderlo porque no nos tengas ahí contigo. Por eso te escribo y te pido que nos esperes, que prometemos apurar el mini de cerveza justo antes del control de la entrada para verte jugar, para verte crecer, para verte disfrutar de llevar y sentir esa camiseta. Nos merecemos la oportunidad de demostrarte que lo que vas a tener aquí no lo vas a tener en ningún otro sitio, porque nos merecemos ver lo mejor de ti, pero también nos merecemos que veas lo mejor de nosotros.

Os echamos mucho de menos, a ti y a todos los demás. Y os damos las gracias por defender nuestro honor a través de la televisión en el momento en el que toca que así sea. Estamos orgullosos, de ti, de vosotros y de Simeone, mi padre también lo estaría. Y sí, Joao, haz caso al puto loco, que al final todos los que le hacen caso y confían en él acaban por triunfar de rojiblanco.

Paciencia, amigo, en nada estamos todos ahí contigo. Ya lo verás. Merecerá la pena.

No fue nada.

O por lo menos muy poco. Aunque, por un momento, pareció mucho más que suficiente. Fue sincero, fugaz e intenso. No fue nada, pero pudo ser muchas cosas.

No sé si fueron las ganas de conocerte, por fin. Tampoco sé si fueron las ganas de volver a reconocerme a mí mismo, de una puta vez. Me confié, me dejé ser, y me la llevé. Pero me la llevé con gusto, también te digo. Porque nuestra mejor versión es solo para los valientes. Para los que temen, pero se arriesgan; para los que no calculan, pero suman; para los que perdieron y no le tienen miedo a ganar, ni mucho menos a volver a perder.

Hay gente que hace mucho tiempo que le perdió el miedo a asustar por su autenticidad, que le perdió el miedo a ser realmente uno mismo con los demás, que le perdió el miedo a decepcionar, que decidió tomar el camino difícil, ese que expone tus vulnerabilidades a la par que tus virtudes, el que requiere de una valentía que no siempre puede ser correspondida. No se trata de buscarlo, se trata de encontrarlo, no se trata de forzarlo, se trata de sentirlo, no se trata ni tan siquiera de amor, se trata solamente de ilusión.

Y la tuve, sin reservas, sin filtro y sin barreras. Fui yo y nada más que yo, que es justo como más duele que te dejen en el camino, siendo quien tú eres hasta las últimas consecuencias. No queda, eso tampoco, el consuelo de haberse guardado la mejor versión de uno mismo, no hay paños calientes ante el rechazo, no hay demasiada recompensa en el amor propio, solo existe la certeza de que si te mirase a los ojos percibiría el miedo que dan las cosas que están fuera de tu control, como yo, por ejemplo.

Y claro que da rabia, por no decir que toca los cojones, guardarse las ganas de hacerlo todo contigo. O más que guardarlas, olvidarlas en el cajón de los mensajes perdidos, de las palabras sin hechos, de la esperanza sin premio, de la ilusión sin tu presencia o de las ganas sin tu cuerpo. Que ya veré lo que hago con estas ganas de hacerte sonreír, que ya veré cómo me aguanto las ganas de ponerte entre un beso y la pared, que ya veré cómo se me olvidan las ganas de que me traigas el café desnuda a la cama. Ya veré cómo dejo de echar en falta a lo más interesante que ha pasado por mi vida últimamente. Tú déjamelo a mí. Total, yo solito me tiré de cabeza a este lío que eres tú, y yo solito tendré que salir.

No fue nada lo de bailar hasta que se hizo de día. No fue nada lo de respetarte de más entre una canción y todas las demás. No fue nada encontrarte de casualidad cuando ya pensaba que serías para siempre mi amor perdido de festival. No fue nada que aparecieras cuatro años después para decirme que te acordabas tanto de esa noche como yo. Tampoco fue nada cuando hace cuatro años vaticinaste que nos veríamos en cuatro años, ni cuando me dijiste que querías para ti los textos que hoy protagonizas. No fue nada que volvieras. No fue nada que te quedaras. No fue nada que te fueras.

No fue nada. Nada que me apetezca olvidar.

No te quiero.

Ni perder. Ni conquistar. No te quiero. No te quiero dar explicaciones, ni que me las des, ni que me las pidas, ni necesitarlas. No te quiero requerir, ni echar de menos, ni extrañarte. Ni que me requieras, ni que me eches de menos, ni que me extrañes.

No te quiero decir que sí. Ni que no. No te quiero muy cerca, pero tampoco muy lejos. Ni dentro de mi vida. Ni ajena a ella. No te quiero decir «adiós», pero mucho menos «para siempre». No te quiero ser sincero y no te quiero mentir. No te quiero ser sincero, porque para qué. Para qué conocerme. Para qué conocerte. Para qué intentar ser feliz si con estar bien es suficiente.

Para qué dar pasos hacia la incertidumbre. Para qué hacer como que estamos seguros, que esta vez va será diferente, que esta vez todo acaba bien porque, esta vez, nada acaba. Para qué engañarse, si no te quiero. Ni quiero quererte, ni decirme la verdad, ni hacer caso a lo que creo que siento.

¿Qué más dan los impulsos que me invitan a liberarme de la cárcel emocional que me he construido sin ni siquiera darme cuenta? Para qué escucharse, para qué dejarnos llevar por la idea de que sí, con lo tranquilos que estamos en el no. Para qué pagar el alto precio de ilusionarse si no hacerlo es gratis. Y fácil. Y cómodo. Y cobarde, sí. Y qué. Qué hago.

Si no te quiero permitir confiar en mí. Si no te quiero dañar. Ni entristecer. Ni impresionar. Qué hago si no quiero observar cómo tus ojos me dicen que mis sonrisas no son lo que parecían. Qué hago si no quiero que descubras que las ilusiones tempranas no eran más que meros espejismos de felicidad.

Qué hago si tengo miedo, y no remedio. Qué hago si tengo miedo. De ti. De mí. Qué le hago. Dímelo.

Por favor.

Tus dudas y las mías.

Y es que si estuviera seguro de que esa mirada es la que deseo, no me derretiría como lo hace. Y si no tuviese ninguna duda de que, en ese silencio entre los dos, sólo piensas en besarme, no tendría tantas ganas de que lo hicieses. Si tuviera la certeza de que esa sonrisa se debe nada más que a mí, dejaría de ser la sonrisa más bonita que ha pasado por mi vida últimamente.

Aprovechemos que no lo tenemos claro para disfrutar de lo que nunca tendremos. Aprovechemos que yo no sé, y tú tampoco, para soñar con los momentos que uno de los dos no querrá cuando sepa que el otro los desea. Aprovechemos la incertidumbre para llenarnos de ganas y vivir el espejismo de lo imposible. Aprovechemos que mientras ninguno dé el primer paso, seremos la futura pareja perfecta. Aprovechemos que el secreto está en las ganas, y que las ganas están en la cintura que no puedes acariciar por las noches. Aprovechemos que nunca será tan emocionante como cuando no es, pero quieres que sea. Aprovechemos nuestra naturaleza inconformista, idealista y deseosa de lo que no podemos tener, para poder vivir una de esas historias que nunca se olvidan porque no hay nada que recordar. Aprovechemos que, por una vez, no tenemos nada que estropear, y conservemos algo intacto durante toda nuestra vida.

Aprovechemos las ganas que tenemos de besarnos para no hacerlo nunca y así nunca jamás dejar de desearlo.

Nunca conseguiré ser tan perfecto a tus ojos como ahora que no me tienes. Nunca serás tan arrebatadoramente irresistible como cuando me hablas de otros. Nunca nada fue tan llamativo como lo que conforma la mezcla de tus dudas y las mías.

Antonio Navalón: ¿dueño de qué?

Espero encarecidamente que su irreverente y provocador artículo haya colmado sus pretensiones de «clicks» y «difusión». Espero encarecidamente que la polémica haya satisfecho su ambición de relevancia pública fugaz. Espero encarecidamente que su artículo haya mejorado su visión de sí mismo y, especialmente, espero que se sienta muy orgulloso por haber realizado un ejercicio de demagogia y falta de autocrítica al alcance de muy pocos.

Partiendo de la base de que muestro mi absoluto desacuerdo con respecto a la alienación del que usted llama «millenial», de que no puedo mostrarme más preocupado por la relevancia que la juventud (mi generación, yo) le da a las redes sociales y lo que les rodea, la realidad es que la generalización falaz que usted realiza en el artículo resulta vergonzosa, facilona y además reveladora de una falta total y absoluta de conocimiento de la juventud y sus dificultades.

En un ejercicio de paciencia, civismo y responsabilidad, (según el autor, cualidades de las que no dispone mi generación) he leído su artículo de principio a fin, analizando cada uno de los ataques a una generación que, aunque todo el mundo califique de poco prometedora, aun no ha realizado ningún mal a este mundo. Sin embargo, entendería perfectamente que usted calificase de «poco cívica e irresponsable» a aquella generación que realizase actos tan ruines y lamentables como: enriquecerse con dinero público, utilizar puestos públicos para beneficio propio, utilizar puestos de relevancia empresarial para explotar a los jóvenes, utilizar la posición de líder de opinión para criticar sin ninguna autocrítica…

¿Cuántos medios se han hecho eco de la explotación de los becarios de los restaurantes «Estrellas Michelín»? Muchos. Irónico, sobre todo cuando yo, estudiante de periodismo, acabo de firmar un contrato de prácticas con A3Media de dos meses y menos de 200€ netos al mes. Irónico, sobre todo cuando yo recibí un correo electrónico de PRISA en el que me convocaban a menos de 24 horas para las pruebas de selección de becarios. Irónico, sobre todo cuando yo recibí la llamada de Unidad Editorial cuando esperaba una llamada inminente del programa de radio en el que trabajo (gratis) y, cuando les pedí educadamente que se pusieran en contacto conmigo 10 minutos después, resultó que llamaron al siguiente de la lista para ofrecerle las prácticas de verano.

Usted, adalid del civismo y la responsabilidad, ¿dónde ha estado cuando se ha tenido que poner el grito en el cielo por las condiciones de los que trabajan a cinco metros de usted en la redacción de su periódico? Puede que estuviera escribiendo artículos de opinión mucho más beneficiosos para usted que para la sociedad que tanto dicen defender usted y su generación. Generación que tiene la soberbia, y la desfachatez, de pensar que la juventud vive peor de lo que lo hicieron ellos sin llegar a reparar siquiera en que quizás tengan un gran porcentaje de responsabilidad.

Bien es cierto que no puedo sentir verdadero orgullo por haber tenido una sola idea que trascienda y que se origine en mi nombre, tal y como usted reprocha en su artículo, pero no puede imaginar el orgullo que siento por no haber sido partícipe intelectualmente de una idea tan mediocre como la que le motivó a escribir su famoso artículo sobre mi generación. Personalmente, yo no vivo en una realidad virtual, vivo en una realidad triste y muy compleja en la que su generación nos ha condenado a vivir. Me niego a creer que la responsabilidad de la situación económica y social de nuestro país dependa del mal uso de las redes sociales de los jóvenes.

A los millenials no les interesa nada, por eso el futuro está en medio de la nada. La realidad es que lo que seguro que está en medio de la nada es el presente, y de nuevo la realidad, es que la responsabilidad, de la que dicen ustedes disfrutar, brilla por su ausencia a la hora de valorar su responsabilidad en la situación que vive el colectivo «millenial». Pero yo estoy tranquilo. Nosotros, ¿dueños de la nada? Dueños de una herencia vergonzosa y ruinosa que no tendremos más remedio que solucionar. Así que dígame, señor Antonio Navalón, es usted ¿dueño de qué?

 

Por si algún día te falla la memoria.

Que va a arder Troya, me cago en la puta. Que somos intensidad, ganas y tensión. Que se puede poner lo que quiera por delante. Que al fin y al cabo, de aquí al horizonte sólo se vislumbran escollos, problemas e inconvenientes. Que avanzaremos pisoteando todo lo que se interponga en nuestro camino porque no nos queda otra. No hay otro remedio que sufrir lo que no podemos disfrutar para acabar disfrutando lo que nos tocó sufrir.

Debería estar durmiendo, no escribiéndote. Pero escribo, porque lo tengo claro, porque uno de los dos ha de mantener la calma para que ninguno de los dos pierda la cabeza. Todo sería más fácil si tenerlo claro no lo hiciera más difícil. Viviríamos más tranquilos si dudar sobre ello no nos sacase de quicio. Porque del no saber, al no querer saberlo, sólo hay un abrazo de distancia.

Agota ser dos desconocidos que se conocen a la perfección al mismo tiempo que cansa tener que ser dos conocidos con ganas infinitas de conocerse. Nadie dijo que sería fácil, más que nada porque nadie dijo nada. Aquí sólo estamos tú y yo. Y menos mal. No me hace falta nadie más. Se acabaron los misterios, sólo queda no sucumbir al miedo.

¿Miedo de que me hagas daño? Ninguno.

¿Miedo de hacértelo yo? Ni mucho menos.

¿Miedo de no comprobarlo? Todo el de mundo.

Que no haga falta el elogio.

Poco a poco, se acaban los elogios.

Nadie puso en duda el mérito de esos tíos que eliminaron a Milan, Barça y Chelsea hace dos años. El mundo entero se arrodilló ante unos jugadores que lograron lo impensable, que se plantaron en una final de Champions contra todo pronóstico, y que además, mientras en Europa ocurría todo eso, en casa estaban ganando, nada más y nada menos, que la liga española.

Pero sí, poco a poco se acaban los elogios.

El «run, run», las críticas a un juego poco vistoso, la sombra negra de la agresividad, la injusticia del fútbol, la ausencia de posesión, la suerte, el portero salvador, la herejía de no haberse unido a la nueva religión futbolística. El Barça de Guardiola y la selección española de Del Bosque, ejemplos mundiales de trato de balón y de excelsa jardinería.

La invención del fútbol 150 años después de que se hubiera inventado. «Un equipo grande no puede jugar como el Atlético de Madrid», decía hacía unos días, el más que respetadísimo por el que aquí escribe, Xavi Hernández. Capitán, timón, vela y remos de un navío que surcó el mar con una elegancia inusitada, y que besó la gloria en cada puerto que atracó. Adalid de un juego maravilloso que enamoró al mundo entero y que convenció al planeta fútbol de que los pequeñitos saben jugar a esto.

Él, Guardiola y Del Bosque. Los profetas del juego, que llegaron para liberar al fútbol de los recursos banales y exentos de clase. Menos mal que llegaron ellos para demostrar cómo se ganan los títulos con validez. Para enseñarnos cómo hay que jugar para que además de levantar la copa, la merezcas. Cómo vengar la injusticia de que el Barça de Rikjaard y Ronaldinho ya ganara una Champions sin conocer la iluminación, o de cómo subsanar el que la selección española de Luis Aragonés y Fernando Torres ya hubiera ganado una Eurocopa antes de que ocurriera el milagro «del mejor fútbol del mundo».

«Hoy ha jugado el fútbol feo contra el mejor del mundo», decía Vidal. Vidal, sí, Vidal. Porque aquí ya hablamos todos. Yo el primero. Pero el tema está en que cuanto más oigo hablar…

Más se acaban los elogios. Desde Alemania se dicen muchas cosas, y desde España más. Nadie tiene la obligación de alabar el juego del Atlético de Madrid, aquel que quiera puede criticarlo, todo aquel que vea un partido del Atlético está en su pleno derecho de decir a viva voz: «No me gusta este equipo. No me gusta, porque el 95% del tiempo no es bonito, porque es pragmático, porque contemporiza con el marcador más que ningún otro equipo en Europa, porque tiene el balón menos que nadie y porque se encierra con mucha facilidad en su propia área. Porque es ¿agresivo?»

No voy a entrar ni a valorar las palabras de uno de los grandes iluminados del fútbol moderno, ganador de todo lo ganable en Alemania pero que desgraciadamente no ha empatado con nadie fuera de allí, Bernat. «Son un equipo que abusa del juego quizás demasiado… agresivo», decir eso, es demostrar a todas luces, que no has visto un partido del Atlético en cinco años.

Que fue Cristiano el expulsado por una patada en la cara a Gabi en 2013 (ya debió haber sido expulsado por una patada a Juanfran minutos antes), que fue Isco el expulsado por una absurda patada sin balón, que fue Cristiano el que debió ser expulsado por aquel puñetazo a Godín en el Calderón, que fue Pepe el que pisó a Messi y fue Marcelo el que casi le rompe la pierna a Villa. Y a pesar de todo esto, no opino que el Madrid sea un equipo agresivo, pero el tema es que nadie lo pone en duda, mientras que sin apenas ejemplos de este tipo en el Atlético (abierto y encantado estaré de que se tire de hemeroteca y se me enseñen las múltiples y clarísimas agresiones por parte de los jugadores del Atlético), parece que todo el mundo lo da por hecho.

En realidad, la principal razón por la que todo el mundo habla de que no le gusta el juego del Atlético, es sencilla: porque funciona. Funciona lo suficiente como para estar empatados a puntos en el liderato con el actual campeón de Europa y un punto por encima del que lo fue hace dos años. Funciona lo suficiente como para eliminar al Barça dos veces de la Champions de dos ocasiones posibles. Funciona bien, como para pasar agónicamente contra un gran Bayern, vengando a aquellos padres y abuelos que vieron cómo se les escapaba aquella final hace 42 años.

Funciona. Y ese es el principal problema. Si viviéramos tiempos de media tabla, clasificaciones para la Intertoto y goleadas en el Calderón de Madrid y Barça, nadie criticaría el juego del Atlético. Algún que otro equipo viviría bastante a gusto sin ese equipo que se mete bajo su portería, que desespera a cualquiera, que cansa, y especialmente y es esto lo más importante, que no sabes cómo, pero te gana.

Que no nos haga falta el elogio, que no nos moleste la crítica. Disfrutemos del orgullo que sentimos por nuestro equipo. Orgullo, sí, orgullo. Porque cada atlético, en lo más profundo de su alma, sabe y reconoce, que si algún día, al Madrid, al Barça o al Bayern se les ocurre ponerle los cojones que estos jugadores le ponen, se nos acaba el chollo. Que si Neymar, Messi, Ronaldo o Bale, defendieran como lo hace Griezmann, no seríamos capaces de competir a estos transatlánticos del fútbol mundial. Que si todos corrieran como nosotros, le echasen las mismas ganas que nosotros y defendieran igual de bien que nosotros, nunca jamás hubiéramos alcanzado el cuarto puesto en el Ranking UEFA. Todos lo sabemos.

Y saberlo es, sin ningún género de dudas, nuestra mayor virtud.

¿Que ganamos los partidos por empuje más que por juego? ¿Por 95 de minutos de máxima concentración ininterrumpida? ¿Por tener jugadores que sienten la obligación, no de ganar, si no de no decepcionar jamás a su afición? ¿Por no cometer fallos en defensa? ¿Por jugar con la ilusión de que la ilusión es suficiente? ¿Por tener respeto a todos pero miedo a nadie?  Desde luego, es innegable que supone otra forma de ganar partidos, sólo a cada uno le corresponde decidir, y ponderar el mérito ,o no, que ello tiene.

Europa entera «tendrá que apagar el televisor» el 28 de Mayo a las 20:45. Un cariñoso, caluroso y afectuoso abrazo a Rummenigge.

 

La culpa no es de Pablo Iglesias.

«Resulta aberrante que la información esté canalizada por medios privados. La información es un derecho, y por lo tanto, tiene que estar en manos del pueblo, representada por el Estado».

El problema no es él, el problema es una sociedad inculta que no es capaz de entender lo terrorífica que es esta afirmación. El problema son la multitud de alumnos de la Universidad Complutense de Madrid que ayer por la mañana se lanzaron a la ovación tras tan peligrosas palabras. El problema es que nos venden un partido político morado como algo nuevo, con ideas frescas y renovadas. No hay nada más rancio, viciado, antiguo y obsoleto que el discurso de Podemos; aparecen como nuevos eruditos de la política cuando, en realidad, copian un discurso que tiene más de 130 años.

Yo como estudiante de periodismo, no atado a ninguna corporación de comunicación que «me obligue a escribir en contra de la plataforma de Pablo Iglesias» (palabras pronunciadas por el Secretario general de Podemos en dirección a una periodista que salió en defensa de la libertad de información en el acto de ayer), me veo en la responsabilidad de intentar explicar la importancia de la independencia del periodismo.

No parece muy recomendable que sea el Gobierno el que pueda establecer normas de control sobre los periodistas, mermando por tanto una parte esencial de su razón de ser, ya que «el cuarto poder» (como se conoce al periodismo), tiene la obligación de controlar e investigar a los poderes generales del Estado con la intención de que no se produzcan irregularidades, que tornen el Estado en algo opaco y oscuro. Los periodistas han de ser la luz que alumbre el poder, y no la oscuridad que lo esconda. Es por tanto una idea antidemocrática, desde el principio hasta el final, que el Estado controle los medios de comunicación.

Como así está contemplado en la última Ley de Comunicación Audiovisual de 2010 (y en las anteriores), es el propio periodismo el que ejerce ese poder de Autorregulación, mediante distintas normativas y especialmente, gracias a los Consejos Audiovisuales. Los límites y el control siempre son necesarios dentro de una profesión, con la intención de evitar abusos y disfuncionalidades inherentes a cualquier actividad humana.

Una vez hemos explicado que la idea de que los periodistas seamos meros funcionarios del Estado escribiendo propaganda a las órdenes del Estado representa lo más profundo del totalitarismo, continuemos con la brillante doctrina del partido «del cambio», porque en eso tienen razón, cambio quieren, y del bueno. Para ellos.

«Totalitarismo, dice, este tío lo que es, es un un fascista». Os oigo pensar desde aquí, echando espuma por la boca, diciendo que estas líneas son blasfemia, mentiras y manipulación. Pues, ¿Sabéis qué son mentiras y qué es manipulación? No me voy a ir muy allá, me voy a quedar en algo que todo el mundo conoce. La idea de este Ministerio de Información (porque evidentemente si la comunicación está en manos del Estado, tendrá que existir un estamento que lo represente), lejos de ser renovada, está simplemente podrida. Un tal Adolf Hitler ya lo hizo en 1933, creando el Ministerio de Educación Popular y Propaganda, del cual era responsable un tal Joseph Goebbels. Casi nada.

Ya lo habían hecho anteriormente los Estados Unidos de América, en 1918. El primer Ministerio de Información de la historia, bajo el mando de George Creel, reclutando periodistas, empresarios, artistas, poniendo en práctica técnicas revolucionarias de propaganda a gran escala, con un sofisticado conocimiento de la psicología humana con la mera intención de manipular la opinión pública norteamericana con respecto a la Primera Guerra Mundial.

Como estos ejemplos, existen multitud a lo largo de la historia, siempre en regímenes totalitarios, ya sean fascistas, comunistas, populistas o de cualquier ámbito. ¿Ideas nuevas? De ninguna manera. El problema es que hay mucha gente que no las ha oído antes, y no saben hacia dónde conducen. Como he dicho antes, estas ideas nacen hace 130 años, y bajo la bandera de su doctrina muchos han hecho de este mundo un lugar mucho peor.

Pol Pot, máximo exponente del comunismo agrario, dictador de Camboya, dictaminó que sin juicio ni sumario se pudiera ejecutar a ciudadanos de a pie por razones tan nimias como llevar gafas, no tener callos en las manos, recibir correspondencia extranjera o tener estudios entre otras. Esto no me lo estoy inventando aunque parezca casi imposible de creer. Sale en los libros de historia, sólo hay que leerlos.

Todo el mundo tiene claro que Hitler ha sido el mayor asesino de la historia de la humanidad. La verdad sobre el nazismo ha salido a la luz a golpe, de libro histórico, novela, película y todo medio al alcance humano, y menos mal, qué gran labor. Sin embargo, hay ciertas cosas que la gente desconoce, no es Hitler el mayor genocida de la historia, la realidad es que ni se le acerca.

Un tal Mao Zedong (o Tse-Tung), líder del Partido Comunista Chino, llevó a cabo un proyecto bajo los ideales del marxismo-leninismo que acabó con más millones de almas que cualquier otra circunstancia en la historia de la humanidad. Ese proyecto se denominó «Revolución Cultural»(1966-1976), ese maravilloso proyecto en aras del comunismo se llevó por delante, nada más y nada menos, que sesenta millones de vidas humanas aniquiladas. Sesenta millones. No lo digo yo, lo dicen los libros.

Hay uno, eso sí, que sí le compite a Hitler el puesto de mayor genocida del «mundo más occidental», dependiendo de a quién leamos, los datos varían, pero por lo general, los expertos calculan que Yosif Stalin pudo ser incluso más sanguinario que el mismo Hitler, en lo que a datos de muertes efectivas se refiere.

Ideas peligrosas, que convencen a los ciudadanos que lo están pasando mal y que ofrecen el poder a tiranos y déspotas. Y la culpa no es de ellos (los tiranos), es nuestra (de los ciudadanos), porque claro, quién no ha escuchado eso de «¿Y yo por qué tengo que estudiar historia? Si no sirve para nada.»

Hubo un discurso, allá por 1995, prácticamente calcado al que utiliza Pablo Iglesias en la actualidad. El lugar, Venezuela; el autor, Hugo Chávez. No hay más que tirar de hemeroteca y repasar el discurso del ex dirigente venezolano para ver las más que evidentes similitudes entre ambos discursos. Pablo imita el estilo del «Comandante» (como él mismo cariñosamente le ha llamado en más de una ocasión). Un discurso dirigido a la gente enfadada (con razón), indignada por dirigentes corruptos (con razón), harta de que PP y PSOE les tomen el pelo (y con mucha razón), dirigido en definitiva a gente con ansias de creer en ideales total y absolutamente utópicos… Así llegó, con sus cirunstancias paralelas, Hugo Chávez al poder, de forma democrática, consiguiendo que la opinión pública de un país entero creyese en él. Se llamó a tal movimiento de «Revolución Bolivariana» en su momento «Nuevo Socialismo», nuevo decían, ya, esto me suena.

Durante años se han paseado por las tertulias televisivas los representantes de Podemos, alegando, sin ningún pudor, que Venezuela era una democracia. De qué nos vamos a sorprender a estas alturas, son literales las palabras de Pablo Iglesias: «Cómo echamos de menos las palabras del Comandante». Hugo Chávez, «el Comandante». De verdad, estamos ciegos, o ¿qué nos pasa? «Venezuela es una democracia como otra cualquiera, con elecciones cada cuatro años, lo que pasa que el modelo de Nuevo Socialismo siempre gana cada proceso electoral», decía un representante de Podemos en las Mañanas de Cuatro cuando aun lo presentaba Jesús Cintora.

Y ahora, ¿qué? Un país en el que gobierna la minoría frente la mayoría de la oposición. Analicemos la frase. <<UN PAÍS EN EL QUE GOBIERNA LA MINORÍA FRENTE A LA MAYORÍA DE LA OPOSICIÓN>>. Un Parlamento que aprueba leyes de amnistía política que el Cacique Maduro se niega a aceptar. Un Parlamento inútil. Un Parlamento que tiene, nada más y nada menos, que un Dictador que lo preside. Señores de Podemos, ¿sigue siendo democracia el último atisbo del Nuevo Socialismo?

Jamás me fiaría de un hombre que dice defender los intereses de su Pueblo, de la gente de a pie, del obrero, del trabajador, que cuando ofrece un acuerdo de gobierno, cita la Vicepresidencia del Estado, el Ministerio de Defensa, RTVE, el Ministerio de Interior y el Ministerio de Economía.

No, señor Pablo Iglesias. No, militantes y votantes de Podemos. No escribo estas líneas aprisionado bajo el yugo del poder. No escribo estas líneas debido al miedo a perder mi empleo. No escribo estas líneas representando al poder económico. Escribo estas líneas en defensa de mi futura profesión y de la libertad de información. No soy capaz de explicar lo que me preocupa que un líder político, aproveche un foro unidireccional para vender un modelo de medios de comunicación tutelado por el Estado, y que encima, cuando una periodista se levante a defender sus derechos, resulte públicamente humillada.

Efectivamente, la culpa no es de Pablo Iglesias. La culpa es de una sociedad que le acoge con los brazos abiertos sin saber lo que eso significa.

 

 

El fútbol ha vuelto.

Un portero danés, un lateral inglés y otro austriaco, una defensa central germano-jamaicana, un centro del campo inglés comandado por un francés, y para completar, un mago francés, un japonés, y un inglés ex convicto.

Ayer volví a retransmitir al Leicester, ya ni recuerdo las veces que lo he hecho esta temporada. Al principio era mi trabajo, ahora ya directamente es ocio. Lo haría gratis, pero tampoco hace falta que se lo cuenten a mi jefe.

Ayer escribía esto en la previa de la retransmisión del Leicester-Southampton:

«El mundo entero mira con ilusión el partido de hoy, este cuento de hadas que no hace más que prolongarse está ocupando el corazón de multitud de seguidores del planeta fútbol. El pasado Agosto, nadie se podría haber imaginado que la clasificación de la Premier sería la que actualmente es. Pero sí, el Leicester es cada día un más fuerte candidato a ganar el título de liga; ganar hoy: otro paso adelante para Ranieri y los suyos»

Y ganaron, otra vez, 1-0. Y sí, se repite resultado el mismo resultado desde hace cuatro jornadas. «No se impone con supina autoridad el conjunto de Ranieri, pero se impone«, escribía ayer en el resumen del encuentro. Y de eso se trata, de imponerse. El conjunto que hace tan solo un año ocupaba la última posición de la tabla en la Premier League, tiene que sumar 12 puntos de 18 posibles para proclamarse campeón (y eso contando con que Arsenal y Spurs no cedan ni un solo punto de aquí a final de temporada).

En los tiempos de los fichajes «cientimillonarios», en la época del Manchester United americano, del Manchester City árabe y del Chelsea ruso, aparece el equipo mejor colocado en las apuestas del pasado agosto para descender en la presente temporada, y te pinta la cara. «Ya caerán«, decían.

Hasta ayer, todo eran elogios, palabras que se deshacían en admiración, los de Ranieri están hartos de escuchar que se les alabe, y supongo que con orgullo se guardaban todas esas palabras para convertirlas en ganas de seguir compitiendo como un gigante del fútbol mundial. Pero se acabó, llegados a este punto, sólo ellos serán responsables de no ser campeones, y lo saben. Hasta hoy, si caían era lo normal, a partir de hoy, los 11 muchachos que se equipan con la elástica azul cada fin de semana, tienen un compromiso con todos aquellos a los que esta maravillosa historia ha conquistado el corazón.

Ya sólo vale rematar la faena, ya sólo vale demostrar que el deporte, es equipo. Que el deporte es trabajo. Que el deporte es disciplina, esfuerzo, concentración. «Que si se cree y se trabaja, se puede». Que sí, que el deporte, y en este caso el fútbol, ha sido dinero, y más dinero, y muchísimo más dinero. Pero el Leicester tiene en su mano demostrar que NO, y nada me haría más feliz que ello. Tiene en su mano volver a poner en la palestra los valores del verdadero deporte de equipo, los aspectos más románticos de la competición, el verdadero valor de darle patadas a un balón.

Con su fútbol inglés, ordenado, tácticamente perfecto, con el balón largo, con las carreras de su delantero centro, con los destellos de su jugador de calidad, con la solidez atrás y con laterales que juegan de defensas y de extremos. Fútbol, con mayúsculas. Sencillo en la forma, brillante en el fondo. Brillante, emocionante, apasionante. El fútbol de verdad ha vuelto, y ha vuelto al país que lo vio nacer.

Las próximas seis jornadas me entrego a mi pasión por este deporte, me dejo llevar por la historia más bonita que ha visto nacer el fútbol moderno. Y para empezar, el próximo domingo a las 14:30, mi culo en el sofá y mis ojos sobre el césped de Sunderland.

Toda mi suerte y admiración para el once que millones de seguidores al fútbol nos sabemos ya de memoria:

XI del Leicester: Schmeichel. Simpson, Fuchs, Morgan, Huth. Drinkwater, Albrighton, Kanté. Mahrez, Okazaki, Vardy.

 

Claro que puedo.

«No puedes vivir sin mí, ¿eh?», me dices divertida y confiada. Casi puedo adivinar tu sonrisa al otro lado del teléfono.

Pues lo siento. Pero te equivocas. Camino por mis 24, viendo de cerca mis 25; y si miro hacia atrás, no me veo necesitándote. Si miro hacia atrás veo claro que puedo pasar sin nuestras interminables conversaciones. Echo la mirada al pasado y me veo aguantando las ganas de escribirte. Que hace tiempo ya hubo otras que hicieron acto de presencia en mis noches de insomnio, y ya ni hacen presencia, ni se les espera.

Me acuerdo de muchas cosas: de la primera que me partió el corazón, de la primera a la que se lo partí yo y de la segunda que me lo partió a mí, de la diferencia entre un beso, un Beso y un BESO, de la diferencia entre follar y hacer el amor; si buceo en mis recuerdos encuentro ilusión, ganas, pasión, locura… Y tú nunca formaste parte de ese mar de sensaciones. Vuelvo la vista, y me doy cuenta de que no te necesito ni para ser feliz, ni para dejar de serlo.

Claro que puedo vivir sin ti. Lo que pasa es que no quiero.