Carta abierta a João Félix
No recuerdo la primera vez que fui al Vicente Calderón, pero sí recuerdo perfectamente la primera vez que fui consciente de ello. El estadio parecía absolutamente colosal, el ambiente eufórico y las camisetas rojiblancas invadían la grada en una maravillosa tardenoche de septiembre. Qué de camisetas rojiblancas, qué barbaridad, qué noche, qué goleada. Cinco, ni más ni menos, le cayeron a un Valladolid que aún se plantea cómo parar a aquel pequeño futbolista que acababa de llegar para dejar a todo el estadio con la boca abierta.
Juninho Paulista se llamaba la criatura. Era la segunda jornada de liga, y su primer partido a orillas del Manzanares, e inmediatamente supo lo que era sentir el calor de una grada enardecida, que solo te lo pide todo cuando aún te queda algo, que canta tu nombre no solo cuando te lo mereces, también cuando lo necesitas. Una afición que te aplaude, que te admira, que te disfruta y que, a la hora de exigir, cuestión de prioridades, lo hace exigiendo honor más que acierto.
Me da rabia, mucha rabia, que tú, que viniste como proyecto de superestrella mundial, no puedas disfrutar de un Metropolitano repleto, de sentir cómo retumban los cimientos de Madrid cuando el Frente canta y todo el estadio acompaña, de los recibimientos al autobús del equipo a su entrada al campo… En definitiva, me da mucha rabia que no puedas sentir el calor de una afición que ya te habría hecho sentir como uno más de una enorme familia.
Porque eso es lo que es el Atleti, una familia, una familia de familias, de miles de familias. Familias que disfrutaron durante décadas del parquecito de Pirámides, de las mareas en Paseo de los Melancólicos Manzanares cuánto te quiero, de los bocatas del Bar Pirámides, de los bengaleos en el callejón del Duratón, de quedar a comer en partidos de nueve de la noche, de beber como si el objetivo fuese entrar a una discoteca, o quizás todo lo contrario. Familias que han mantenido religiosamente su tradición de verse cada unos cuantos días en los aledaños del estadio del equipo que hoy tú defiendes, familias que giran en torno a una pasión desmedida y, además, a vuestro fútbol.
Todos tenemos nuestra familia en esto del Atleti. Yo personalmente, como todo el mundo piensa de la suya, siento que la mía es la mejor. Porque me siento la envidia de todo el Planeta Tierra cuando llego al parking del Metropolitano con mis Javis y abrimos un maletero lleno de neveras con cerveza bien fría, porque no puedo sentirme más afortunado de, mientras se va acercando la hora del partido, ver llegar a Pepelu, a Pilar, a Lola, a Boyo, a Lobo, a Truge, a los gemelos, a Oisin y Sean… a Guille el cántabro, que viene desde Cantabria a ver al Atleti, a Guille el canadiense, que lleva cuatro años en Canadá y no ha dejado de pagar el abono, a mi tío Dani y mi primito Lucas, que se pasan a saludar siempre que pueden…
João, algunos de mis mayores momentos de felicidad a lo largo de mi vida pueden ubicarse en los alrededores del Vicente Calderón o del Metropolitano, mis momentos de mayor paz, mis minivacaciones en mitad de una dura semana de trabajo… incluso el primer beso que me di con la mujer más importante de mi vida fue después de haber disfrutado de un día de previa, familia y Atleti en el Vicente Calderón. Qué besazo, por cierto, pero bueno, eso es otro tema.
El Atleti es tantas cosas que a día de hoy no puedes sentir que no puedo evitar temer que puedas no llegar a comprender la magnitud del lugar que ocupas. Sin las miles de familias que hace tan solo un año abarrotaban el estadio es muy difícil que entiendas lo que podría ser una carrera entera de la mano de todas ellas, sin su aliento cuando te flaqueen las fuerzas en momentos difíciles, sin su perdón cuando inevitablemente te toque errar, sin sus aplausos ante ese sprint tras perder el balón, sin sus setenta mil gargantas entregadas a corear tu nombre cuando te diviertes con el balón pegadito al pie, como a ti te gusta, como a nosotros nos gusta.
Que muchos sentimos que este es tu sitio pero muchos tememos que no llegues a entenderlo porque no nos tengas ahí contigo. Por eso te escribo y te pido que nos esperes, que prometemos apurar el mini de cerveza justo antes del control de la entrada para verte jugar, para verte crecer, para verte disfrutar de llevar y sentir esa camiseta. Nos merecemos la oportunidad de demostrarte que lo que vas a tener aquí no lo vas a tener en ningún otro sitio, porque nos merecemos ver lo mejor de ti, pero también nos merecemos que veas lo mejor de nosotros.
Os echamos mucho de menos, a ti y a todos los demás. Y os damos las gracias por defender nuestro honor a través de la televisión en el momento en el que toca que así sea. Estamos orgullosos, de ti, de vosotros y de Simeone, mi padre también lo estaría. Y sí, Joao, haz caso al puto loco, que al final todos los que le hacen caso y confían en él acaban por triunfar de rojiblanco.
Paciencia, amigo, en nada estamos todos ahí contigo. Ya lo verás. Merecerá la pena.