Lo quiero todo ya.

Soy impaciente. Siempre lo he sido. Nunca me ha gustado lo de dejar lo mejor para el final. Nunca he sido partidario de guardar para mejores ocasiones. Soy una de esas personas inconscientes, de esas que malgastan, de esas caprichosas.

Lo quiero todo y lo quiero ya. Cada vez que cae una cajetilla de tabaco en mis manos, vuela en un rato entre cervezas con mis amigos. En restaurantes, antes de que el camarero me traiga el primer plato, ya me he bebido la primera bebida. Cuando toco el primer balón del partido, no me lo pienso antes de tirar el triple. Cuando me compro zapatillas nuevas, las estreno en el mismo día, llueva, truene, granice o nieve. Aquella vez que me regalaron una botella de London Nº1, me la bebí esa misma tarde con un buen amigo. Soy capaz de encontrar la canción de mi vida y aborrecerla a las 10 horas por culpa del modo bucle repetición. Cada vez que me engancha un libro, me lo leo en esa misma noche. Cada vez que tuve oportunidad de desnudar a una mujer, no tuve nunca ninguna calma al hacerlo. Cada vez que tengo ganas de hacer algo y nada me lo impide, algo dentro de mí me empuja a no desaprovechar la primera posible oportunidad. Lo quiero todo ya.

Y entonces, apareces tú. Y lo quiero todo ya, menos a ti. Y se acaba la impaciencia, y no por ausencia de ganas, sino por exceso de ellas. Ganas de disfrutar cada sonrisa que dibujes en tu cara con mi inspiración. Ganas de bañarnos en la mezcla que conforman tus dudas y las mías. Ganas de robarte un poquito de tus preocupaciones cada noche, para que cada mañana te pese menos levantarte. Ganas de que me conozcas más de lo que nadie lo haya hecho nunca. Ganas de que demuestres si eres tan dura como me haces entrever. Ganas de verte derrumbarte delante de mí, para que asistas a cómo soy capaz de recoger las piezas y reconstruirte de arriba a abajo. Ganas de leerte en esos ojos las ganas de mí cuando llevas dos o tres copas de más. Que te mueras de ganas por saber si soy tan interesante cuando hablo que cuando callo ocupando los labios bajo tu ombligo. Ganas de que me vuelvas loco, de que me desconciertes, de que me hagas rendirme. Ganas de que en lo más profundo de mi rendición me mires a los ojos y entonces piense: ¡qué cojones! Si no es por ti, ¿entonces por quién? Y lo quiero todo, pero contigo, lo quiero poco a poco.

Porque nos tendremos, sí, al final nos tendremos. Te tendré. Y esa noche, se me va a acabar desnudándote. Se me va a hacer de día haciendo caminar mis dedos por cada línea de tu cuerpo. Me tomaré mi tiempo en recorrer con mis labios cada poro de tu piel. Me aseguraré de no malgastarte, de aprovechar cada segundo como si fuera la última vez. Me aseguraré de que seas el único aspecto de mi vida que me preocupa derrochar. Que si no hay una segunda noche contigo, jamás me arrepienta de no haber exprimido cada instante..

Me sobra impaciencia en mi vida y me sobra paciencia contigo; porque durante meses, tras escribirte en escala de grises a kilómetros, en el momento en el que te tenga a centímetros, aprovecharé para escribirte a todo color.

Dime que no.

No me gusta el sí. El sí siempre es el final de algo, aunque sea el principio de otra cosa. De hecho, dime que no. Dime que no, incluso si te mueres de ganas por asentir como una tonta con la cabeza. No me gustan los adictos al sí. No me gusta que me den la razón, no me gusta el «lo que tú quieras», ni el «me parece bien», ni mucho menos el «lo que tú me pidas». Me gusta el «No».

Parece ridículo, pero me encantan tus «No». «No quiero hablarte». «No quiero verte». «No quiero besarte». «Ni mucho menos acostarme contigo». Tú dime que no. Dímelo hasta que ya no puedas más.

Cada uno de tus «no» no es más que el principio de algo maravilloso. Maravilloso, porque tu «no» es capaz de sacar lo mejor de mí. Y duele, porque duele, pero me siento vivo. Me doy cuenta de que cuanto más alto es el muro que tengo que superar, más me va a gustar lo que encuentre dentro. Porque aunque parezca increíble, tu «no» es incluso capaz de pintar de madrugada tu mirada en el techo de mi habitación.

Pero disfrútalo. Disfruta cada vez que me niegues. Disfruta esos momentos de incertidumbre porque cuando me acabes diciendo que sí, que lo harás, se esfumarán. Y sí, será el principio de algo nuevo e ilusionante, pero difícilmente igual de emocionante. Disfruta conmigo de decirnos que no sin parar. Niégame. Discúteme. Sácame de quicio. Llévame hasta el límite y tráeme de vuelta como sólo tú eres capaz de hacerlo.

No me hables, no me mires, ignórame, vete:

Pero háblame. Háblame cuando sepas que estoy a punto de rendirme contigo.

Pero mírame. Mírame cuando sepas que estoy a punto de no recordar el color de tus ojos.

Pero no me ignores. No me ignores no vaya a ser que te olvide.

Pero vuelve. Vuelve sólo cuando sepas que el que está a punto de irse, soy yo.

No estés cuando yo quiera, sólo esa rara vez en que realmente lo necesite.

El único problema es que últimamente lo necesito más de la cuenta. Así que dime que sí, pero poquito, no vaya a ser que me lo crea.

Querido Madrid (Para Bea Martínez)

Texto para Bea Martínez. Una chica que se va a vivir a Brasil para siempre.

Bea: Gracias a todas las personas que en algún momento dado han aparecido en mi vida, en especial a @unpinel que ha sabido plasmar perfectamente en un texto mis sentimientos, como yo nunca habría hecho.

||Peppinel.blogspot.es||

Querido Madrid:
Hay veces en la vida que eres optimista porque no te queda más remedio. Cuando te encuentras ante una situación límite, tienes dos opciones: rendirte, o intentar encontrar esa parte buena, que sinceramente, tiene más de imaginación que de realidad. Ahora mismo todo aquello que intento construir en mi cabeza para convencerme de que dejarte no es una mala opción, no son más que eso: castillos en el aire. Pero así somos, tiramos hacia delante. Quizá, llevo meses intentando convencerme de que dejarte, Madrid, es algo que vaya a hacerme una mujer. Pero, ¿te cuento un secreto? No estoy preparada; ni para dejarte, ni para ser una mujer. En este preciso momento sólo quiero ser esa niña que ha malgastado las tardes por Boadilla y las noches por tí. No quiero dejar de ser todo lo que he sido, por mucho que me empeñe en decir en palabras en alto aquello de que quizás me venga bien, que quizás tenga ilusión por empezar algo nuevo, que quizás estoy bien sin tí. Que poner océanos de por medio a mis mejores amigas, a mis últimas caricias y a mi primer beso, nunca ha estado entre mis prioridades. Que nunca había querido ir más lejos de lo que tus paradas de Metro permiten, porque estoy bien contigo, y no me quiero ir.
Que tengo miedo, tengo miedo de convertir en un final lo que siempre había dejado a medias. Que me arrepiento quizás de no haber podido dejar todo bien atado, para nunca tener que luchar contra el remordimiento.
Que contigo he sido niña, y sin tí me da miedo dormir.
Así que, una vez me he confesado contigo solo me queda esperar que me cuides en la distancia y que, lo más importante, nunca me olvides porque volveré.

No nos compliquemos.

Estamos tan equivocados. Tan confundidos. Tan hundidos en la dinámica de lo irreal. Tan rodeados de problemas que no existen. Tan inundados de circunstancias que nos ahogan sin saberlo. Tan dependientes. Tan acostumbrados a entrar en ese juego al que desgraciadamente, casi siempre me toca perder.

Las personas atentas no siempre han sido esas que contestan al Whatsapp al momento. Los buenos amigos casi nunca se midieron por interminables conversaciones tecleando sobre un teléfono móvil, quizás más por breves conversaciones a un par de cervezas de distancia. Los mejores grupos de amigos nunca tuvieron un administrador; tenían un gracioso, un ligón, un empollón y un par de borrachos.

Hace tanto tiempo que la gente se enamora… Tanto que nadie me va a convencer de que tiene algo que ver con la mensajería instantánea. Milenios hará de la primera pareja sobre la faz de la tierra, suerte tuvieron. El amor existió mucho antes de que las personas sintieran la obligación de estar disponibles; para el mundo las 24 horas del día, y para su pareja por lo menos 25.

Hace mucho tiempo que existe la belleza, desde mucho antes de que se asociase a una cuidadosamente elegida foto de perfil; y desde luego, también existe mucho antes de que la autoestima estuviese medida en seguidores en Instagram y Likes en Facebook.

Eres preciosa, pero no porque estés increíble en esa foto en ropa interior sacada por un @fotógrafo; eres preciosa porque no te hace falta posar. Cuando te hago reír me enseñas tu verdadera sonrisa, y vale más que ninguna de esas con tantos cientos de likes. Eres preciosa porque te voy a mirar el culo el cien por cien de las veces que te vuelvas. Eres preciosa porque vale más aquel descuido, aquel día, en aquel lugar, en el que se te vio el escote un poco más de lo deseado, que en aquella @fotografía en la que se te vio porque tú querías (y, ¡ya verás qué de Likes en esta foto «tan artística»!).

No nos compliquemos, las palabras al oído nunca tuvieron última hora de conexión. Los gemidos nunca estuvieron encerrados en una nota de voz. Aquel beso que te dí bajo el ombligo no necesitó de doble check azul para saber que lo habías recibido. Aquella primera vez que te dije que eras la mujer más irresistible que jamás había visto, no quedó archivada en una conversación, ni falta que hizo.

Que las ganas que te tengo no tienen nada que ver con nada relacionado con un teléfono móvil, que más bien tienen que ver con las ganas que tengo de encerrarme contigo en una habitación sin cobertura, qué se yo… ¿este mismo fin de semana?

«Chof»

Hay algo en ese balón Báden, el tacto al cogerlo con ambas manos con fuerza, algo en ese primer momento en la cancha; algo en ese primer tiro que haces: suave, bombeado, dando vueltas… «Chof», qué fácil es esto del baloncesto en realidad. Para nada, por supuesto, pero así lo sientes durante unos segundos. Hay algo en ese día que sientes que todo te va para dentro, no creo que sea felicidad, pero desde luego es una sensación fantástica. Hay algo en ese día en el que no sientes el tacto con el balón, en el que notas que el roce de los dedos no es cómodo. Hay algo en ese momento en que encaras; un paso, dos pasos, «zas», para abajo con dos manos, estás solo en la cancha y no te defiende nadie, pero has hecho un mate y no evitas sonreír. Hay algo en ese aplauso de tus once compañeros después de una gran defensa, un gran rebote, un gran robo, en definitiva: un ejemplo de ganas. Hay algo en ese reproche de un compañero, duele, duele dentro. Hay algo en ese momento en el que el balón se despega de las yemas de tus dedos y celebras en tu interior el triple que sabes que va dentro. Hay algo maravilloso cuando sabes que tu entrenador te cambia dos minutos para que descanses. Hay algo brutal cuando juegas los dos minutos que no juega el que juega 38. Hay algo fantástico en ese partido en el que te cascas 40 minutos sin sentarte. Hay algo despiadado en observar el partido entero desde el banquillo sin quitarte la sudadera. Hay algo casi romántico en ese entrenador que comprende cómo juegas, que confía en tus posibilidades más que tú mismo. Hay algo brutalmente romántico cuando un entrenador no comparte tu forma de jugar. Hay algo increíble en recibir la llamada de la Selección Madrileña, o del Real Madrid. Hay algo increíblemente decepcionante en no ser seleccionado para el Cadete «A», quedándote en el «B». Hay algo terrorífico en prácticamente partirte el tobillo en Junior de segundo año, justo antes de los play offs con un promedio de veintitantos puntos por partido hasta el momento. Hay algo aún más terrorífico en el pensamiento de que esos veintitantos puntos fueron tiempos mejores que no volverán. En definitiva, hay algo en el baloncesto que no te puede dejar indiferente. Es brutal y despiadado, pero inevitablemente intenso y maravillosamente hermoso. Hay algo en meter 17 y desear haber metido 20. En meter 24 y desear 30. En meter 33 y desear 40. En no irte nunca a casa conforme, irte sabiendo que lo podías haber hecho mejor. Eso es el baloncesto, saber que siempre puedes llegar antes a esa ayuda, saltar antes a ese rebote; en definitiva, exigirte más con cada situación. Para mí, sólo hay dos formas de afrontar este deporte: trabajar para ser el mejor, o serlo y trabajar para que los demás lo sean contigo.

Pensamientos buscan mujer.

Es inaguantable. Es contestona, es orgullosa, es flipada o quizás todo lo contrario. Bipolar, tiene días buenos y días horribles. Joder, me saca de quicio. La mitad del tiempo estoy pensando que me cago en su puta madre, la otra mitad estoy bastante distraído mirándola. Y me hace reír, incluso cuando no quiero, ¿cómo me va a tomar en serio? Todo le da igual, es despistada y feliz de serlo. Es un desastre, total, y absoluto. Y más lista que yo, lo que me faltaba, encima me mangonea. Lo de que me mande a la mierda y me de la espalda es más putada que cualquier otra cosa por ver su culo alejarse. ¿Y esas borracheras que se engancha con sus amigas? Joder, semana tras semana, pasándoselo como una niña de 17 años que entra sin carnet a la discoteca. Y todos esos hombres a su alrededor, y cómo los despacha, con qué elegancia, se vuelven halagados de ser rechazados. Esa es la diferencia entre ellos, y yo, su rechazo me toca los cojones, prefiero no comprobarlo. Esperar a que ella dé un paso resulta inútil, no se decide, quiere que todo lo haga yo, pues me planto, no pienso hablarle hasta pasado mañana, por lo menos. Y no lo he comprobado, pero es que me da que encima folla de puta madre. Pero nada, es que está loca, total, lo mejor es olvidarse. Pero olvidar no es mi especialidad, sobre todo cuando acabo de enumerar todo lo necesario para hacerme enloquecer.

No sé.

No sé si es más fácil escribir porque te olvidé, o porque te recuerdo. No sé en qué me han influido los ratos, con otras, después de olvidarme del contigo. No sé si soy una persona distinta a la que te dejó ir, o a la que dejaste marchar. es más fácil escribir porque te olvidé, o porque te recuerdo. No sé en qué me han influido los ratos, con otras, después de olvidarme del contigo. No sé si soy una persona distinta a la que te dejó ir, o a la que dejaste marchar. No sé si es que ahora estoy más tranquilo, o es que ya no me sacas de quicio. No sé, o no me acuerdo, si alguna vez se me escaparon las sonrisas que hoy finjo. Y si se escaparon, no sé donde fueron. No sé qué responder a la gente que dice que no ha estado enamorada, sinceramente, no sé si es una bendición, no sé si es una putada. No sé de qué sirve saber lo que es querer si realmente no sé si podré volver a hacerlo. No sé por qué nunca miro tus fotos, no sé si es porque me gustaría, o porque no me hace falta recordarte, o porque no quiero ver cómo eres sin mí, o porque no querré preguntarme si esa sonrisa es tan verdadera como parece. No sé como formas parte de mi día a día, estando tan, tan lejos. No sé si te idealicé, o no sé si realmente eras tan maravillosamente idiota como te recuerdo. No te recuerdo perfecta. Te recuerdo imperfecta, real, complicada. Pero, no sé, hay algo en el querer de verdad. Ese querer que representa el no saber lo que se te viene encima. No sé en qué ve la gente el romanticismo, no sé si es que lo ve en los detalles, o en los días especiales. El romanticismo es mucho más. Es follar borrachos. Es dormir desnudos. Es hacer reír. Es estar ahí porque quieres, no porque lo necesites. Es saber que no necesitas otra cosa. Es simplemente querer.

Y después de no saber nada, sé de lo poco que sé. Querer.

Princesas.

Ayer muchas niñas «pequeñas» encontraron entre sus regalos la princesa que todas quieren ser. Es difícil encontrar a una niña que no quiera ser princesa, y que no necesite a su príncipe.

Las mujeres crecen, «maduran», o dejémoslo en que simplemente se hacen niñas grandes. Mírala, qué segura de sí misma. Qué contoneo, qué belleza, qué misterio, qué sensualidad, qué inteligencia. Se hace difícil imaginar cómo en algún momento fue una niña inocente que sólo quería un príncipe para su reino. ¿Qué pasó? ¿Qué ocurrió; entre ese alboroto de copas de ginebra, entre los cientos de euros gastados en maquillaje, entre esa catarata de likes en Instagram,  entre esa estampida de hombres anhelando un ofrecimiento de la intimidad en cada discoteca, entre esos momentos en los que parece que ya no es una niña? Nada, no ocurrió nada. Sólo el avanzar de unos años que para ella no son más que eso, años. Porque en lo más hondo de ese borracho y maquillado corazón, lo único que ella anhela, es un príncipe que esté a la altura de los cuentos que ella soñó. Porque es mujer, porque es genial y superior, pero antes que todo lo demás, esa mujer es aquella niña que durante muchos 6 de Enero soñó con ser princesa.

Y nosotros, los hombres, nos hemos negado. Nos hemos negado a ser príncipes y a ellas les hemos quitado la posibilidad de ser princesas. Porque para ser príncipe no vale con montar sobre un caballo. Ser príncipe duele, y mucho. Porque las princesas no son fáciles, pero nada que merezca la pena en esta vida lo es. Son caprichosas, son mandonas, e incluso egoístas. Su perfección es la de alcanzar límites de imperfección imposibles de imaginar; porque follando, son diosas, y fallando, maravillosamente humanas. Así que, para mí, el príncipe es por definición, valiente. Es ser ese valeroso caballero que elige ser ese príncipe, en vez de ser todo demás. Ese que es capaz de hacer lo más maravilloso de este mundo: doblegar a esa preciosa mujer, que camina por la vida como si no necesitase nada, y convertirla en esa niña que quiere a su príncipe por encima de todo lo demás.

Hoy es 7 de Enero, y las mujeres siguen queriendo ser princesas.

Diciembre

Qué fácil es para ti, ¿verdad, Diciembre? Sólo eres un mes. Avanzas con con confianza, inexpugnable, fiel al paso del tiempo, tachando días; hora a hora, minuto a minuto y segundo a segundo. Avanzas sin pensar en que quizá me dejes atrás, viéndome incapaz de seguir el fulgurante ritmo que exiges. Me haces cómplice de sonrisas que no son las mías, para no tener que inventarlas. De ser la carcajada, a ser los coros de la misma. Partícipe de un ir y venir de gente que no me interesa, sentirse como en el interior de una burbuja, y fuera de ella nadie entiende nada. No entienden nada, ¿por qué no entienden nada? No se puede sentir más evidente, no soy yo, soy mil recuerdos, soy mil historias, pero no soy yo. Soy el intento de lo que no puedo ser. El intento de una vida que no aprendí a vivir.

Pero ya es Enero. La vida que no aprendí a vivir sigue crepitando: Mil recuerdos y mil historias forman parte de mí. Nadie entiende nada, pero, ¿qué importa? Tú me enseñaste a inventar sonrisas, y aunque Diciembre se interponga en mi camino, puedo prometer y prometo, que nunca dejaré de hacer lo que mejor me enseñaste.

¿Quién soy yo? ¿Quiénes son ellos?

¿Quién soy yo para decidir si millones de personas sienten o no una identidad territorial y cultural distinta a la mía? Nadie nos puede decir cómo nos sentimos, o cómo no nos sentimos. La gente, cada día, siente cosas que se escapan a nuestro entendimiento, y no por ello son sentimientos, pensamientos o creencias menos válidos que los nuestros.

Una parte muy importante del Pueblo Catalán no se siente española y defiende que resultan un país diferente al que pertenecen. Personalmente, no entiendo este sentimiento, no lo comparto, y no creo que esté de acuerdo con él nunca, pero no me queda más remedio que aceptar la abrumadora realidad de que millones de catalanes así lo sienten.
Por supuesto, he tenido amagos de indignación ante este hecho. Pero lo que realmente ocurre es que me apena. Me apena que una ciudad tan maravillosa como es Barcelona, en numerosas ocasiones, no se proclame española por el mundo.
Que juntos somos más fuertes, y que remando en la misma dirección somos el motor de este país.
Pero nos hemos negado. Nos hemos dejado llevar por la desconfianza, el rencor, y las elucubraciones. Por los políticos catalanes que han encontrado la excusa perfecta a no hacer su trabajo: España nos roba. Todos los aquí presentes podríamos ser a día de hoy presidente de la Generalitat, como ya he dicho, con echarle la culpa al Gobierno Central tienes gran parte del trabajo hecho.
Quizás si Mas le dedicase algo más de tiempo a solucionar todos los problemas que tiene su comunidad autónoma, las cosas irían un poco mejor, pero es mucho mejor dedicarle meses y recursos a una consulta anticonstitucional que estaba claro que no se iba a poder llevar a cabo como ellos predicaban.
Además, a lo mejor, si Cataluña contase con 1.800 millones de Euros que hay en ciertas cuentas en Suiza, a nombre de Jordi Pujol, las cosas irían algo mejor. ¿Seguro que es España quien roba?
Todos hemos oído el discurso independentista de que Cataluña paga más dinero al Gobierno Central del que posteriormente se le devuelve. ¿Sabéis qué? Eso es pagar impuestos. Lo hace Asturias, lo hace Galicia, lo hace Valencia y lo hace Madrid. Todas las comunidades autónomas. ¿Y sabéis otra cosa? La comunidad autónoma que sale menos beneficiada de este pago y devolución, es Madrid.
A parte, y qué si soy egoista. ¿Qué pasa si me siento orgulloso de Gaudí y Dalí?
De la Sagrada Familia. De unas de las mejores Olimpiadas que se han organizado. Del Barça de Guardiola. Del Gol de Carles Puyol a Alemania. De Pau Gasol. De jueves Sutton. Viernes Opium y Sábado Malalts. De la gente. De Sergi Marco Coll, de Nacho MorenoCarlos Gramunt y Alberto Peral Moreno. De Cataluña.
Pero, todo de lo que he hablado, está en boca de todos. Se habla diariamente de ello y se ha creado un debate alrededor.
Lo que realmente me preocupa es esa gente en la que nadie piensa. El Artículo 9 de la declaración de los Derechos Humanos, dice que «nadie podrá ser arbitrariamente desterrado». Si entendemos al desterrado como aquel al que echan de su país, tenemos un problema. Si Cataluña finalmente se independizase, y dejase de ser España, millones de personas conseguirían su objetivo pero, ¿qué pasa con los otros millones de personas que vivían en España, en Cataluña, porque era su decisión, y de repente se han visto expulsados de su país? No me resulta un tema trivial y parece no tener relevancia, lo que en mi muy humilde opinión, es una violación de los Derechos Humanos.
Así que, ¿quién soy yo para decidir sobre la identidad cultural y territorial que siente el colectivo Independentista Catalán? Pero.
¿Quiénes son ellos para echar a millones de personas de su país?