Dos meses sin Whatsapp.

Llego a mi casa, un domingo de finales de Noviembre, destrozado por un fin de semana que como de costumbre, se me había complicado. Tengo el móvil sin batería, así que como siempre, lo primero que hago es buscar el cargador para ponerlo a cargar. Pero, no encuentro el cargador, al rato caigo, me lo dejé en casa de un amigo, donde nos habíamos tomado unas copas el día anterior. En ese momento, mi mundo se viene abajo, no tengo cargador, qué hago, mi familia no usa Iphone, escribo a mi vecino, me dice que sólo tiene uno; Imposible, está claro que al menos durante un día no tendré móvil.

Comienza entonces el momento de intentar incluir, en una semana de locura, el trayecto menos que poco conveniente hasta mi abandonado cargador, no paro de intentar encontrar combinaciones posibles para hallar el hueco perfecto para acercarme a por el dichoso aparato de carga. Joder, qué puto agobio, me viene como el culo acercarme al Paseo del Prado, la verdad. Ojalá no tuviera que encender el móvil… Espera un momento. ¿tengo que hacerlo? Qué cojones, ¿acaso no puedo estar una semana sin móvil? Este razonamiento eliminó todo el estrés y el agobio que me había generado estar sin móvil. Ya lo recuperaré el próximo fin de semana, me dije.

Comenzó por tanto, una semana en la que no tuve móvil, no me preocupé de traspasar la SIM a otro antiguo móvil ni nada parecido, las incompatibilidades entre SIM, nanoSIM y microSIM me produjeron bastante pereza. Toda una semana por delante en la que tendría el placer de comprobar cómo es estar 100% desconectado del mundo, o de lo que ahora creemos que es «el mundo». Pasaron los días entre una tranquilidad y un sosiego difíciles de explicar, una verdadera sensación de libertad que se escapa a nuestro actual entendimiento.

Lo que más me costó de aquella semana sin ninguna duda, fue la imposibilidad de escuchar música, paso mucho tiempo en el transporte público y estoy realmente acostumbrado a escuchar música desde el Spotify. Al margen de eso, todo fueron ventajas. Aprendí de nuevo a mirar a través de la ventana del autobús, a empañarla con los pensamientos que acompañan las miradas al infinito. A buscar la felicidad en la cara de la gente en el Metro, sin demasiado éxito porque suelen estar mirando abajo, a un teléfono móvil. A pasear por la calle fijándome en los detalles, en los edificios, en la gente que me cruzo, y acompañar todo con una batería de pensamientos desordenados, aunque siempre interesantes. A veces simplemente hay que dejar a nuestra cabeza que nos cuente una buena historia, sin ponerle ningún límite.

Se acabó la semana, y ni de puta coña querría yo volver a lo anterior, decidí estar sin móvil siete días más. Había llegado el primer lunes de Diciembre, y cuando ya pude cargar el teléfono, tras media hora en la que lo único que hizo el móvil fue recibir notificaciones (2559), entré a Whatsapp, miré si me había hablado mi jefe en toda la semana, vi que no, cerré el Whatsapp sin abrir ninguna conversación más, y lo borré. Junto con Instagram, Facebook, Facebook Messenger y Snapchat. Dejé el Twitter porque debido a mi carrera considero importante estar atento a posibles noticias de última hora. Desde ese momento tenía un teléfono con el que sólo podía comunicarme de forma verbal, en cierto modo resultaba emocionante.

Esto tiene truco, existe el Imessage, mensajería gratuita e instantánea entre usuarios de Iphone. Cierto es que lo empecé a utilizar para comunicarme con los «representantes Apple» de cada grupo de amigos y facilitar quedadas, pero no como medio de comunicación utilizado regularmente para conversaciones largas. Gracias a mi nueva decisión desaparecieron al momento los reproches por no estar atento al móvil, las discusiones basadas en que mi interés en una persona está construido sobre una regla no escrita que dicta que he de estar pendiente del móvil las 24 horas y contestar a cada simple mensaje que se me envíe. Dije adiós a que fuese la gente la que decidiese cuándo soy yo el que está disponible para la humanidad, empecé a tomar mis propias decisiones, y gracias a mi decisión, la gente las entendió de golpe.

He echado de menos el más que mítico Messenger desde hace mucho tiempo, este programa para el ordenador nos abrió el mundo, podíamos hablar con quien quisiéramos, sólo había que conectarse el viernes por la noche para encontrarse un salón de conversación brutal. Pero era YO quién elegía cuándo me conectaba, era YO quién elegía mi tiempo de conexión al mundo.

Hace unos años era una persona muy pegada al móvil, múltiples conversaciones, activo en las redes, con mi Iphone 5 estaba dentrísimo de todo, o eso creía. La realidad es que sólo hablaba con un montón de mujeres de las cuales un porcentaje enorme no me interesaban realmente. Pero lo hacía, porque quería, y porque Whatsapp me lo permitía. Pero, piensa ¿con cuantas de las chicas con las que hablas actualmente, hablarías si viviéramos en la época de nuestros padres? Sinceramente, sin móvil, y sin mensajería instantánea, nos dejaríamos de tonterías e iríamos a pedirle «una cita» a aquella con la que realmente nos apetece tomarnos algo.

Se acabó aquella segunda semana y decidí que habían sido unos buenos catorce días, y que lo continuaría tanto como me apeteciera. Ya no me puse límites, decidí que seguiría sin Whatsapp y sin redes sociales en el móvil hasta que me diera la gana. Mi «vida social cibernética» no se ha visto reducida a cero en absoluto, desde mi ordenador, ya en mi casa, me conecto diariamente al Facebook y hablo con todo aquel que me apetezca mientras esté disponible. Volviendo a lo de antes, yo decido cuándo me abro «al mundo»; y cuando me canso, simplemente bajo la tapa del ordenador y hago otras cosas.

No todo son ventajas, alguna vez he pagado la circunstancia de la desconexión, en un par de ocasiones he llegado a mi entrenamiento con el C.B. Pozuelo, y no había nadie. El entrenamiento se había cancelado y nadie había caído en avisarme. Pues bueno, te das la vuelta y te lo tomas con filosofía, «no todo pueden ser ventajas» piensas para tus adentros. Por supuesto, en temas de clase en la Universidad, estás mucho más desconectado, a no ser que tengas a un fiel escudero que te avise de las novedades que se comentan por los multitudinarios grupos de clase. Alguna vez han salido mis amigos de fiesta, o han hecho algún plan y directamente ni me he enterado. Pensé que sería un inconveniente el no poder comunicarme con las niñas a las que entreno, antes comentaba toda novedad por el grupo de Whatsapp, pero ya no puedo. La verdad que todo ha sido bastante fácil, como nunca jamás faltan a entrenar*, no se tienen que poner en contacto conmigo.

Pero sin duda la mayor desventaja es la económica, antes tenía una tarifa de Yoigo que ronda los nueve euros. Si le sumabas los establecimientos de llamada a lo largo de un mes, la factura rondaba los doce o trece euros. Mi factura del mes de diciembre alcanzó casi los 30 euros. Es mucho dinero, ando ahora buscando alguna tarifa que se adecue mejor a mi actual uso del móvil.

En definitiva, llevo 2 meses sin Whatsapp ni redes sociales en el móvil, y considero que mi vida es mejor y más tranquila que antes. Aprendes a priorizar, y a darte cuenta de lo que es importante y lo que no. No digo que nunca vaya a volver a Whatsapp, no creo que el problema sea la aplicación en sí, si no el uso que la sociedad hace de ella. Es una herramienta espectacular, pero la llave inglesa también lo es y si me da la gana te abro la cabeza con ella aunque no sea su función teórica.

¿La conclusión? Probadlo si vuestra situación laboral os lo permite. No os perdéis nada importante y ganáis muchas más cosas de las que os podéis imaginar.

*Casi.

Talento de mentira.

Ya no sé si seguir disimulando o gritarte delante de todo el mundo que me estás volviendo loco. Quitarme de encima el peso del remordimiento, la culpa y la vergüenza de sentirme superado. Pagar el peaje de quedar en ridículo a cambio de volver a sentir lo que es llenar los pulmones con aire de tranquilidad y poder conducir mi vida sabiendo que ya no sólo depende de mí; que después de todo, también cuentas tú. Y qué miedo, pero qué liberación.

Que soy rico si me dan un céntimo por cada minuto que he gastado pensando en ti, que soy pobre si me dan lo mismo por cada sonrisa que dibujaste en mis labios. Que no hay que ser muy inteligente para saber que no me compensa la inspiración que me empuja(s) a escribir, que colgaba las letras con tal de una oportunidad de demostrar que soy mejor con los hechos. Que mi supuesto talento es una mentira, que sin ti no hay inspiración que valga, que aquí lo único que es capaz de unir las letras que forman las palabras que escribo, es la desesperación que siento por no poder tenerte.

Prometerme cada mañana que ese día será distinto, lamentarme cada noche por haber caído en lo mismo de cada puto día. Que el suelo de un día está plagado de piedras y voy a tropezar en todas las que lleven tu nombre escrito. Al principio tenía su gracia ver lo que estabas haciendo conmigo, ahora no tiene ninguna intentar dejarte atrás y que tras más de cien mil pasos darme cuenta de que estoy más cerca de decirte que te quiero, que nunca. Promesas que no valen nada, las que me hago y me obligas a incumplir. Promesas que no valen nada. Que al final no importa lo inteligente que se sea, que cuando uno siente por encima de sus posibilidades su coeficiente intelectual se reduce hasta el punto de no aprender de ninguno de los errores y ridículos que se cometen.

Estoy tan hecho un lío que ya no sé si quererte, odiarte, querer odiarte, querer quererte, odiar odiarte, o lo peor y más probable de todo, odiar quererte.