Antonio Navalón: ¿dueño de qué?

Espero encarecidamente que su irreverente y provocador artículo haya colmado sus pretensiones de «clicks» y «difusión». Espero encarecidamente que la polémica haya satisfecho su ambición de relevancia pública fugaz. Espero encarecidamente que su artículo haya mejorado su visión de sí mismo y, especialmente, espero que se sienta muy orgulloso por haber realizado un ejercicio de demagogia y falta de autocrítica al alcance de muy pocos.

Partiendo de la base de que muestro mi absoluto desacuerdo con respecto a la alienación del que usted llama «millenial», de que no puedo mostrarme más preocupado por la relevancia que la juventud (mi generación, yo) le da a las redes sociales y lo que les rodea, la realidad es que la generalización falaz que usted realiza en el artículo resulta vergonzosa, facilona y además reveladora de una falta total y absoluta de conocimiento de la juventud y sus dificultades.

En un ejercicio de paciencia, civismo y responsabilidad, (según el autor, cualidades de las que no dispone mi generación) he leído su artículo de principio a fin, analizando cada uno de los ataques a una generación que, aunque todo el mundo califique de poco prometedora, aun no ha realizado ningún mal a este mundo. Sin embargo, entendería perfectamente que usted calificase de «poco cívica e irresponsable» a aquella generación que realizase actos tan ruines y lamentables como: enriquecerse con dinero público, utilizar puestos públicos para beneficio propio, utilizar puestos de relevancia empresarial para explotar a los jóvenes, utilizar la posición de líder de opinión para criticar sin ninguna autocrítica…

¿Cuántos medios se han hecho eco de la explotación de los becarios de los restaurantes «Estrellas Michelín»? Muchos. Irónico, sobre todo cuando yo, estudiante de periodismo, acabo de firmar un contrato de prácticas con A3Media de dos meses y menos de 200€ netos al mes. Irónico, sobre todo cuando yo recibí un correo electrónico de PRISA en el que me convocaban a menos de 24 horas para las pruebas de selección de becarios. Irónico, sobre todo cuando yo recibí la llamada de Unidad Editorial cuando esperaba una llamada inminente del programa de radio en el que trabajo (gratis) y, cuando les pedí educadamente que se pusieran en contacto conmigo 10 minutos después, resultó que llamaron al siguiente de la lista para ofrecerle las prácticas de verano.

Usted, adalid del civismo y la responsabilidad, ¿dónde ha estado cuando se ha tenido que poner el grito en el cielo por las condiciones de los que trabajan a cinco metros de usted en la redacción de su periódico? Puede que estuviera escribiendo artículos de opinión mucho más beneficiosos para usted que para la sociedad que tanto dicen defender usted y su generación. Generación que tiene la soberbia, y la desfachatez, de pensar que la juventud vive peor de lo que lo hicieron ellos sin llegar a reparar siquiera en que quizás tengan un gran porcentaje de responsabilidad.

Bien es cierto que no puedo sentir verdadero orgullo por haber tenido una sola idea que trascienda y que se origine en mi nombre, tal y como usted reprocha en su artículo, pero no puede imaginar el orgullo que siento por no haber sido partícipe intelectualmente de una idea tan mediocre como la que le motivó a escribir su famoso artículo sobre mi generación. Personalmente, yo no vivo en una realidad virtual, vivo en una realidad triste y muy compleja en la que su generación nos ha condenado a vivir. Me niego a creer que la responsabilidad de la situación económica y social de nuestro país dependa del mal uso de las redes sociales de los jóvenes.

A los millenials no les interesa nada, por eso el futuro está en medio de la nada. La realidad es que lo que seguro que está en medio de la nada es el presente, y de nuevo la realidad, es que la responsabilidad, de la que dicen ustedes disfrutar, brilla por su ausencia a la hora de valorar su responsabilidad en la situación que vive el colectivo «millenial». Pero yo estoy tranquilo. Nosotros, ¿dueños de la nada? Dueños de una herencia vergonzosa y ruinosa que no tendremos más remedio que solucionar. Así que dígame, señor Antonio Navalón, es usted ¿dueño de qué?