Adivíname

Rubia y pensando

Somos infinitos, siempre lo digo, el ser humano es infinito. Y el lenguaje, la comunicación, por desgracia, no lo es. Es una ciencia finita, es imposible que abarque todo lo que somos. El lenguaje es perfecto (sabiendo usarlo) para cosas finitas.

Pero cuando quiere abarcarnos a nosotros es muy impreciso, porque somos, como he dicho ya, infinitos. El lenguaje limita. Nos limita.

Nos ponemos a hablar creyendo que vamos a poder decir con palabras todo lo que pensamos, todo lo que hay en nosotros. Esto es una ilusión. El lenguaje no da para tanto, puede acercarse más o menos a lo que pensamos y sentimos, pero siempre va a ser equívoco e insuficiente en este aspecto. Cuanto más pensamos y sentimos, más impreciso y confuso es.

«Acabamos por malentendernos muchas veces, mucho más que si procurásemos adivinarnos» – Ortega y Gasset

Ver la entrada original

Todo, o nada.

Sé que lo que toca es darnos igual. Toca contemporizar, toca buscar excusas para hablarnos, y toca no encontrarlas para simplemente esperar que el otro sí lo haga. Toca aprovechar cada ocasión como si fuera la última para que al día siguiente hagamos como que no estuvimos hablando hasta que se hizo de día. Toca la desilusión por elegir el momento erróneo, tocan las putas dudas y la puta incertidumbre. Toca que te hagas la interesante cuando es imposible que te lo encuentre más de lo que ya lo hago. Toca devolvértela y disimular que no me deshago por ti. Porque vaya, a chulo no me gana nadie. A ti tampoco. El juego está entre tú y yo y tenemos todas las papeletas de perder ambos si seguimos haciendo el gilipollas. Toca hacernos los duros para demostrar una vez más que es una táctica que sólo sirve si en algún momento, uno de los dos se rinde.

En definitiva, toca el juego de la indiferencia, al que por cierto, soy buenísimo jugando. Que a respuestas ingeniosas y carentes de información sincera, no tengo rival. Llevo años de experiencia en el uso de la indiferencia como arma conquistadora, y sinceramente, se me haría difícil hacer lista de todas a las que he ido desarmando. Quizás por eso me resultaría vulgar terminar por conquistarte con los métodos que siempre he utilizado, sería muy típico. Sería decepcionante que necesitase mostrarte una máscara en vez de la cara que realmente me corresponde. Pero claro, toca seguir normas no escritas que dictan que demostrarte lo que realmente siento sólo va a propiciar que salgas corriendo.

Pues qué cojones, sal corriendo. Huye si es lo que te pide el cuerpo. No pienso disimular ni un segundo más. Si te gusta lo que ves, fantástico, si no te gusta pues mala suerte, pero me dejo de juegos, que los juegos son para cuando no me importa perder. Y sé perfectamente que resulto cien mil veces menos interesante que si me comportara como siempre lo he hecho, pero es que no quiero hacérmelo, quiero serlo, y estoy convencido de que lo soy independientemente de tácticas, indiferencias y durezas fingidas. Me parece un desperdicio incalculable sentir lo que siento por ti y dedicarme a ocultarlo. ¿Te da miedo? ¿Te resulto demasiado accesible? ¿Ya no te supongo un reto? Date la vuelta, vete, y yo me tomaré la licencia de disfrutar de mirarte el culo por última vez.

Esto puede acabar o muy mal, o muy bien. Pero está decidido y ya no hay vuelta atrás. Así que, pongo todas mis fichas en la mesa contigo. Todo, o nada. Hablas tú.

Pensamientos encuentran mujer.

«Es inaguantable. Es contestona, es orgullosa, es flipada o quizás todo lo contrario. Bipolar, tiene días buenos y días horribles. Joder, me saca de quicio. La mitad del tiempo estoy pensando que me cago en su puta madre, la otra mitad estoy bastante distraído mirándola.»

Y los ideales se hicieron realidad, y los espacios vacíos, opacos. La insensibilidad, sensiblería, y las palabras escritas, cualidades de mujer. Los pensamientos se convirtieron en hechos, y los hechos en sonrisas. Las sonrisas se hicieron más sonrisas, y éstas acabaron sonriendo a la chica indicada. La chica de las letras, la que me trae de cabeza. De lo más inconveniente que ha pasado por mi vida últimamente; pero chica, qué beso en la boca tienes, no te lo aguantas. Que la gente no me para de decir cuánto he adelgazado, y yo les respondo que es porque me alimento a base de comerme las ganas que te tengo.

Que estás cagada de miedo porque no te ha hecho falta perderme para valorarme, pero no pasa nada porque estamos en las mismas. ¿Miedo yo? Por supuesto. Miedo tiene todo el mundo, al menos yo lo tengo por saber a la perfección lo que quiero. Pero. Acojona no saber de ti; acojona saberlo. Acojona mirar hacia delante, ser optimista. Que aterroriza la ilusión, el orgullo, las circunstancias, los inconvenientes. La verdad. Que acojona el nosotros, pero más lo hace lo contrario.

Sabes muchas cosas en detrimento de demasiadas que desconoces.  Sabes lo nerviosa que te pongo, pero no sabes cuánto querría tranquilizarte. Sabes lo que es que pierda las formas, no tienes ni idea de cómo perdería la vergüenza. Conoces perfectamente mi descuido generalizado con la vida, sin embargo desconoces lo que puedo llegar a cuidar algo que me importe de verdad.  Sabes lo bien que se me da escribirte, pero en serio, no te figuras lo bien que se me daría disfrutarte. Sabes lo bueno que puedo ser enfadándote, pero no eres consciente de lo bueno que puedo llegar a ser desenfadándote.  En serio, ni puta idea.

Me fascina la complejidad de la mezcla que formamos, me alucina la facilidad que tienes para borrar el resto del mundo de nuestro alrededor. Que cuando lo haces difícil eres idiota, que cuando lo haces fácil somos idiotas. Qué tonto todo. Tontas llamadas telefónicas que se alargan durante una hora… La más tonta conversación que consigue hacernos teclear hasta las cuatro de la mañana… Sinceramente, no puedo tener más curiosidad por saber qué nos pasaría con lo que la gente llama «un beso tonto».

 

Porcentaje perfecto.

El otro día me dijeron que esto tenía que funcionar, que se merece una oportunidad. Me dijeron que esto no podía quedar en un montón de entradas de blog apiladas, dejadas atrás sin remedio por el paso del tiempo y las circunstancias. Me dijeron que sería injusto desaprovechar algo tan auténtico, tan genuino, tan verdadero.

La realidad, es que lo único que querían decirme es que para la chapa que estoy dando, más me vale sacar algo real de todo esto.

Porque estoy realmente cansado de tener que ser esa persiana que sólo deja escapar algunos rayos cuando lo que realmente quiero es que la luz inunde la habitación de arriba a abajo. Porque cansa tener que medir cada metáfora, cada símil, cada palabra de cada frase que me pueda dejar al descubierto. Cansa medir las palabras a la cara, cansa cuidar las miradas, cansa ocultar las sonrisas, cansa vivir a ciegas, cansa la incertidumbre, cansan las dudas, las noches soñando despierto, las conversaciones en las que ninguno juega sus cartas, cansa verte vivir tu vida sin saber si estás a gusto viviéndola sin mi.

Y cansa, sí, pero sé lo que quiero en mi vida. Mientras algunos dicen que nadie sabe realmente lo que quiere para su vida en general, yo afirmo que lo que quiero para mi vida en particular, eres tú. Para equivocarnos, para llevarnos bien, para llevarnos mal, para que no funcione si no tiene que funcionar, y para saber que lo hice y lo dije porque me salió, y que cuando lo hice y lo dije, fue haciéndolo y diciéndolo lo mejor que pude.

Que esto no va de lo guapa, inteligente, amable, insoportable o buena persona que seas; de hecho, no se me acaba la lista de las que te superan en cada una de tus virtudes. Esto va de que diste con el porcentaje perfecto de cada cosa para hacerme una de las mayores putadas de mi vida.

 

 

Tic, tac .

El completo silencio es cómplice de los pensamientos más profundos. Cuando nada resuena a tu alrededor, tus pensamientos inundan la habitación. Es tarde, está oscuro, estoy tumbado y no tengo sueño. Tic, tac. Curioso, siempre estuvo ahí, nunca me dí cuenta. Mi reloj suena con una claridad inusitada. Tic, tac. Siempre pasó el tiempo, nunca reparé en ello.

De repente, el sonido de aquel reloj era la evidencia física de que tal suceso estaba ocurriendo. Las ondas mecánicas que transportaban el sonido del mecanismo del reloj desde mi muñeca hasta mi oído, me recordaron que el tiempo no es un buen amigo, éstos sí perdonan.

Tic-tac. Una vez, y otra, y otra, y otra. Y mientras tanto yo no hago nada. Aquel sonido me gritaba que estaba tumbado sin hacer nada. Que mucho pensar, que mucho escribir y muy poco actuar. Porque el tiempo no entiende de circunstancias, barreras o inconvenientes, el tiempo simplemente pasa. Al del reloj no le importa ninguna de las explicaciones que le quieras dar, sólo le importa recordarte que él está haciendo su trabajo mientras tú no estás haciendo el tuyo.

El cabrón no te va a preguntar si te parece bien la velocidad que él mismo elige. Hasta el día de hoy, sé que sin ti camina lento, ya veremos el paso que toma si estoy contigo. Me lo imagino, supongo que joderme. Que es lo único que ha hecho desde que te conocí. Tic, tac. Se acabó lo de perder el tiempo. Sólo confío en que éste me devuelva el favor.

Él dirá si habrá merecido la pena dejar de perderle con otras, para intentar aprovecharle contigo.

Into The Wild

Young Wild & Free

Hoy comienzo una nueva experiencia: me adentro en una de las cosas más salvajes que puede hacer un ser humano: expresar sus pensamientos, ideas y sentimientos. Es verdad que siempre me ha gustado escribir, porque tengo temor a olvidar, pero también es cierto que nunca lo he compartido con nadie.

Llevo bastante tiempo queriendo comenzar un blog personal, pero necesitaba un empujón inicial para poder hacerlo. Este último fin de semana lo pasé en Madrid, donde conocí a un compañero de profesión, que según él, también era mitad químico.

En mitad de una conversación, compartió conmigo su blog y me invitó a leer su última entrada. Se trataba de una crónica sobre cómo se había desintoxicado del «Fenómeno Whassap» y además explicaba cómo había cambiado su vida en estos dos últimos meses de desconexión.

Puedo afirmar que fue la entrada de aquel chico, su «química», la que me empujó a comenzar…

Ver la entrada original 26 palabras más

Dos meses sin Whatsapp.

Llego a mi casa, un domingo de finales de Noviembre, destrozado por un fin de semana que como de costumbre, se me había complicado. Tengo el móvil sin batería, así que como siempre, lo primero que hago es buscar el cargador para ponerlo a cargar. Pero, no encuentro el cargador, al rato caigo, me lo dejé en casa de un amigo, donde nos habíamos tomado unas copas el día anterior. En ese momento, mi mundo se viene abajo, no tengo cargador, qué hago, mi familia no usa Iphone, escribo a mi vecino, me dice que sólo tiene uno; Imposible, está claro que al menos durante un día no tendré móvil.

Comienza entonces el momento de intentar incluir, en una semana de locura, el trayecto menos que poco conveniente hasta mi abandonado cargador, no paro de intentar encontrar combinaciones posibles para hallar el hueco perfecto para acercarme a por el dichoso aparato de carga. Joder, qué puto agobio, me viene como el culo acercarme al Paseo del Prado, la verdad. Ojalá no tuviera que encender el móvil… Espera un momento. ¿tengo que hacerlo? Qué cojones, ¿acaso no puedo estar una semana sin móvil? Este razonamiento eliminó todo el estrés y el agobio que me había generado estar sin móvil. Ya lo recuperaré el próximo fin de semana, me dije.

Comenzó por tanto, una semana en la que no tuve móvil, no me preocupé de traspasar la SIM a otro antiguo móvil ni nada parecido, las incompatibilidades entre SIM, nanoSIM y microSIM me produjeron bastante pereza. Toda una semana por delante en la que tendría el placer de comprobar cómo es estar 100% desconectado del mundo, o de lo que ahora creemos que es «el mundo». Pasaron los días entre una tranquilidad y un sosiego difíciles de explicar, una verdadera sensación de libertad que se escapa a nuestro actual entendimiento.

Lo que más me costó de aquella semana sin ninguna duda, fue la imposibilidad de escuchar música, paso mucho tiempo en el transporte público y estoy realmente acostumbrado a escuchar música desde el Spotify. Al margen de eso, todo fueron ventajas. Aprendí de nuevo a mirar a través de la ventana del autobús, a empañarla con los pensamientos que acompañan las miradas al infinito. A buscar la felicidad en la cara de la gente en el Metro, sin demasiado éxito porque suelen estar mirando abajo, a un teléfono móvil. A pasear por la calle fijándome en los detalles, en los edificios, en la gente que me cruzo, y acompañar todo con una batería de pensamientos desordenados, aunque siempre interesantes. A veces simplemente hay que dejar a nuestra cabeza que nos cuente una buena historia, sin ponerle ningún límite.

Se acabó la semana, y ni de puta coña querría yo volver a lo anterior, decidí estar sin móvil siete días más. Había llegado el primer lunes de Diciembre, y cuando ya pude cargar el teléfono, tras media hora en la que lo único que hizo el móvil fue recibir notificaciones (2559), entré a Whatsapp, miré si me había hablado mi jefe en toda la semana, vi que no, cerré el Whatsapp sin abrir ninguna conversación más, y lo borré. Junto con Instagram, Facebook, Facebook Messenger y Snapchat. Dejé el Twitter porque debido a mi carrera considero importante estar atento a posibles noticias de última hora. Desde ese momento tenía un teléfono con el que sólo podía comunicarme de forma verbal, en cierto modo resultaba emocionante.

Esto tiene truco, existe el Imessage, mensajería gratuita e instantánea entre usuarios de Iphone. Cierto es que lo empecé a utilizar para comunicarme con los «representantes Apple» de cada grupo de amigos y facilitar quedadas, pero no como medio de comunicación utilizado regularmente para conversaciones largas. Gracias a mi nueva decisión desaparecieron al momento los reproches por no estar atento al móvil, las discusiones basadas en que mi interés en una persona está construido sobre una regla no escrita que dicta que he de estar pendiente del móvil las 24 horas y contestar a cada simple mensaje que se me envíe. Dije adiós a que fuese la gente la que decidiese cuándo soy yo el que está disponible para la humanidad, empecé a tomar mis propias decisiones, y gracias a mi decisión, la gente las entendió de golpe.

He echado de menos el más que mítico Messenger desde hace mucho tiempo, este programa para el ordenador nos abrió el mundo, podíamos hablar con quien quisiéramos, sólo había que conectarse el viernes por la noche para encontrarse un salón de conversación brutal. Pero era YO quién elegía cuándo me conectaba, era YO quién elegía mi tiempo de conexión al mundo.

Hace unos años era una persona muy pegada al móvil, múltiples conversaciones, activo en las redes, con mi Iphone 5 estaba dentrísimo de todo, o eso creía. La realidad es que sólo hablaba con un montón de mujeres de las cuales un porcentaje enorme no me interesaban realmente. Pero lo hacía, porque quería, y porque Whatsapp me lo permitía. Pero, piensa ¿con cuantas de las chicas con las que hablas actualmente, hablarías si viviéramos en la época de nuestros padres? Sinceramente, sin móvil, y sin mensajería instantánea, nos dejaríamos de tonterías e iríamos a pedirle «una cita» a aquella con la que realmente nos apetece tomarnos algo.

Se acabó aquella segunda semana y decidí que habían sido unos buenos catorce días, y que lo continuaría tanto como me apeteciera. Ya no me puse límites, decidí que seguiría sin Whatsapp y sin redes sociales en el móvil hasta que me diera la gana. Mi «vida social cibernética» no se ha visto reducida a cero en absoluto, desde mi ordenador, ya en mi casa, me conecto diariamente al Facebook y hablo con todo aquel que me apetezca mientras esté disponible. Volviendo a lo de antes, yo decido cuándo me abro «al mundo»; y cuando me canso, simplemente bajo la tapa del ordenador y hago otras cosas.

No todo son ventajas, alguna vez he pagado la circunstancia de la desconexión, en un par de ocasiones he llegado a mi entrenamiento con el C.B. Pozuelo, y no había nadie. El entrenamiento se había cancelado y nadie había caído en avisarme. Pues bueno, te das la vuelta y te lo tomas con filosofía, «no todo pueden ser ventajas» piensas para tus adentros. Por supuesto, en temas de clase en la Universidad, estás mucho más desconectado, a no ser que tengas a un fiel escudero que te avise de las novedades que se comentan por los multitudinarios grupos de clase. Alguna vez han salido mis amigos de fiesta, o han hecho algún plan y directamente ni me he enterado. Pensé que sería un inconveniente el no poder comunicarme con las niñas a las que entreno, antes comentaba toda novedad por el grupo de Whatsapp, pero ya no puedo. La verdad que todo ha sido bastante fácil, como nunca jamás faltan a entrenar*, no se tienen que poner en contacto conmigo.

Pero sin duda la mayor desventaja es la económica, antes tenía una tarifa de Yoigo que ronda los nueve euros. Si le sumabas los establecimientos de llamada a lo largo de un mes, la factura rondaba los doce o trece euros. Mi factura del mes de diciembre alcanzó casi los 30 euros. Es mucho dinero, ando ahora buscando alguna tarifa que se adecue mejor a mi actual uso del móvil.

En definitiva, llevo 2 meses sin Whatsapp ni redes sociales en el móvil, y considero que mi vida es mejor y más tranquila que antes. Aprendes a priorizar, y a darte cuenta de lo que es importante y lo que no. No digo que nunca vaya a volver a Whatsapp, no creo que el problema sea la aplicación en sí, si no el uso que la sociedad hace de ella. Es una herramienta espectacular, pero la llave inglesa también lo es y si me da la gana te abro la cabeza con ella aunque no sea su función teórica.

¿La conclusión? Probadlo si vuestra situación laboral os lo permite. No os perdéis nada importante y ganáis muchas más cosas de las que os podéis imaginar.

*Casi.

Talento de mentira.

Ya no sé si seguir disimulando o gritarte delante de todo el mundo que me estás volviendo loco. Quitarme de encima el peso del remordimiento, la culpa y la vergüenza de sentirme superado. Pagar el peaje de quedar en ridículo a cambio de volver a sentir lo que es llenar los pulmones con aire de tranquilidad y poder conducir mi vida sabiendo que ya no sólo depende de mí; que después de todo, también cuentas tú. Y qué miedo, pero qué liberación.

Que soy rico si me dan un céntimo por cada minuto que he gastado pensando en ti, que soy pobre si me dan lo mismo por cada sonrisa que dibujaste en mis labios. Que no hay que ser muy inteligente para saber que no me compensa la inspiración que me empuja(s) a escribir, que colgaba las letras con tal de una oportunidad de demostrar que soy mejor con los hechos. Que mi supuesto talento es una mentira, que sin ti no hay inspiración que valga, que aquí lo único que es capaz de unir las letras que forman las palabras que escribo, es la desesperación que siento por no poder tenerte.

Prometerme cada mañana que ese día será distinto, lamentarme cada noche por haber caído en lo mismo de cada puto día. Que el suelo de un día está plagado de piedras y voy a tropezar en todas las que lleven tu nombre escrito. Al principio tenía su gracia ver lo que estabas haciendo conmigo, ahora no tiene ninguna intentar dejarte atrás y que tras más de cien mil pasos darme cuenta de que estoy más cerca de decirte que te quiero, que nunca. Promesas que no valen nada, las que me hago y me obligas a incumplir. Promesas que no valen nada. Que al final no importa lo inteligente que se sea, que cuando uno siente por encima de sus posibilidades su coeficiente intelectual se reduce hasta el punto de no aprender de ninguno de los errores y ridículos que se cometen.

Estoy tan hecho un lío que ya no sé si quererte, odiarte, querer odiarte, querer quererte, odiar odiarte, o lo peor y más probable de todo, odiar quererte.

Insomnio. O tú.

¿Quién lo iba a decir? Tú, que apareciste sin avisar. Cuando era el deseo de otro beso lo que me hacía enloquecer. Cuando pensaba que la mujer de mi vida se me había ido entre caprichos del destino. Cuando estaba tan perdido que pensé que nadie me encontraría. Y vaya si me encontraste. Cuando pensé que ya no tendría sitio en mi cabeza para estos pensamientos que ahora amontono de manera caótica y desordenada. Cuando pensé que nunca más sería capaz de sentir lo que esta noche no me permite conciliar el sueño, apareces tú y concilio más sueños despierto de los que nunca imaginé. Y todos contigo.

Porque no sabes qué fácil soñar despierto. Soñar que no hay nadie más. Soñar con que cada noche en vela, al final merece la pena. Soñar con que un día dejo de escribirte porque por fin te lo puedo contar al oído. Soñar que cada vez que me miras, tu interior se estremece exactamente igual que lo hace el mío. Soñar que un día te me plantas delante y me dices: ¿y si dejamos de hacer el tonto? Soñar con lo bien que te queda esa sonrisa. Soñar con lo paradójicamente bien que te queda ser tan insoportable. Soñar con lo bien que te queda estar tan buena y que ni siquiera lo sepas. Soñar con lo bien que te queda todo. Sobre todo con lo bien que te quedo yo.

Eres tantas cosas. Eres mi puta y absoluta desesperación. Eres lo que provoca que quicio me eche de menos cada vez que haces acto de presencia. Eres el cigarro que me fumo cada noche apoyado en el alféizar de mi ventana. Eres todo lo que busqué en muchas, y no encontré en ninguna. Si mi vida es una canción de M83, eres el preciso momento en el que suenan las trompetas. Eres lo que me hace ponerme a escribir a las 4:33 de la mañana con el despertador programado a las 7:45. Antes era insomnio. Ahora simplemente eres tú. Y qué putada.

Lo fácil, lo difícil.

Resulta extraordinariamente sencillo que gustes. No tiene ningún mérito. No es en absoluto original, y me jode. Me revienta morirme por ti porque sé que allá donde vayas causarás el revuelo. Y no me jode que lo causes, me jode que me encante.

No tiene ningún mérito mirarte a los ojos y ya no desear otra mirada. Es tan sencillo recibir una sonrisa de tus labios y devolverla sin pensarlo. No tiene ninguna complicación sentirse atraído por tu inteligencia, por tus contestaciones, por tu ingenio, por tu descaro, por tu forma de expresarte. Es automático contagiarse de tu vitalidad, de tus ganas de vivir, de tu anhelo por descubrir. No hace falta ser alguien especial para darse cuenta de que en ti hay latente una buena persona, de las de verdad, de las que no sólo lo son de nacimiento, si no de las que luchan cada día por serlo. Pero sin duda lo que menos especial hace sentir de ti, es la imposibilidad que supone no mirarte el culo. Frustrante.  Todo el mundo hablando de lo difícil que está la situación en España, cuando lo verdaderamente difícil es no mirarte el culo cada vez que te vuelves.

Con todo esto, yo no sería más que uno entre cien. Pero no. Es muy fácil que gustes por todo eso, por eso gusta cualquiera. Lo fácil no tiene gracia ninguna. Todos lo sabemos. Por eso quizás es más difícil que me sienta atraído por tus cambios de humor, y lo hago. Puede ser complicado admirar tus rarezas por encima de tus más que evidentes virtudes, y lo hago igualmente.  Lo menos probable siempre me ha llamado la atención, por eso me atrae la idea de que los demás se imaginen en una cama contigo, y yo me conforme con doce horas de conversación ininterrumpida. Probablemente sea irrechazable reír en tus mejores momentos contigo, supongo que será más difícil no poder rechazar hacerte sonreír en tus peores días. Que gustes por lo que pareces es automático, que gustes por lo que eres es ya más mi estilo. Que todo el mundo alaba tus virtudes mientras yo aprendo a valorar tus defectos por si un buen día me toca convivir con ellos.

Lo fácil es que le gustes tanto a los demás. Lo difícil es que me gustes tan bien a mí.